viernes, 23 de abril de 2010

A ver ese Pisco!

Después de un largo tiempo a una altura considerable, decidimos dejar el frío y la cordillera para bajar finalmente al océano Pacífico. La excusa en este caso es conocer el valle de Ica y allí probar el Pisco peruano. Al final del post les daré mi veredicto. Chileno o Peruano? Esta es la cuestión.

Además, por primera vez desde que salimos desde Argentina, logramos contactar con un grupo de couchsurfers locales, que nos darían un lugarcito y nos llevarían a conocer la ciudad y también el oasis de Huacachina.

Como es la costumbre nos tomamos un bus nocturno, esta vez de CIAL y también nos asamos lentamente, aunque el “terramozo” esta vez fue un poquito más piadoso y nos encendió la ventilación más tiempo. Al despertar, el paisaje por la ventanilla es bien distinto al del día anterior. Por doquier se ven dunas enormes de arena, como si fuera el Sahara, piedras que reflejan el sol y caseríos hechos mayormente en mimbre que se sacude con el viento que todo lo arrastra desde el mar. Una sola palabra le cabe a este paisaje, desolación, es el desierto mismo, abrasador e impiadoso.

Pasamos por Nazca, donde hay unas líneas muy extrañas hechas hace mucho tiempo por una civilización primitiva. Pienso en Pedro de Valdivia, en Diego de Amagro y en sus conquista de Chile desde el Perú. Debe haber sido bravo cruzar este desierto a caballo, sin más.

Llegamos a Ica y la ciudad está a medio destruir. Aquí en el 2007 hubo un fuerte terremoto y muchas casas de adobe se fueron a tierra, los baldíos siguen allí, testigos mudos de la destrucción y también de la desidia y el desinterés por reconstruir lo perdido.

En la plaza nos encontramos con Christopher y Ricardo, dejamos las mochilas en nuestro couch y nos subimos a un taxi a ver una de las bodegas. Para qué mentirles, no se si tuvimos mala suerte o qué, pero las bodegas francamente son paupérrimas, yo esperaba algo un poco más tecnificado, parecido a Mendoza. Bajo el conveniente mote de “artesanal” engloban producciones de baja calidad y muy bajos volúmenes. La frutilla del postre fue la bodega de un supuesto “descendiente” de Simón Bolívar, un completo desastre.

Me cuentan en varios lados que prácticamente la mitad de los cultivos del valle son intereses chilenos. Me dicen que ellos traen la inversión, que vienen con dinero a cuestas y que compran producciones de varios años con antelación. Sinceramente, y luego de perder Arica y Tarapacá en la Guerra del Pacífico, me cuesta creer con qué facilidad los capitales chilenos invierten por esta zona. Después de ver las bodegas me queda bien claro por qué.

Vamos a probar suerte con el oasis de Huacachina cuando cae el sol. El lugar es increíble para hacer sandboard y recorrer las dunas, alguna vez fue un reducto de la elite peruana, hoy es un lugar de diversión para los gringos que recorren Sudamérica. Tiene un poquito de olor a viejo.

La noche en Ica fue larga, la habitación que nos prestaron realmente penosa. Creo que hemos dormido en general en muchísimos lados y no tenemos grandes pretensiones pero este fue por lejos el lugar más sucio y feo en el que dormimos y lo hicimos simplemente para no despreciar. Por la noche pusimos los aislantes por sobre el colchón y con un ojo abierto y el otro cerrado intentamos dormir mientras algunas cucas caminaban por ahí y me hacían acordar a Homero. A las 5 y con el sol dejamos todo y nos fuimos corriendo a comprar pasajes en Cruz del Sur. No hay mucho más que ver por aquí.

La respuesta? El peruano es muy rico, pero el chileno es muchísimo mejor. Ah, el vino que producen acá y que le gusta a casi todo el mundo es dulce, bien dulce, casi hecho con uva chinche y peor que el Uvita. Mejor me quedo con el Pisco.

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