Dejar esta hermosa ciudad no es cosa fácil. A pesar de los buses correcaminos (porque están todo el tiempo tocando la bocina beep-beep) y de los insistentes “ofrecedores” de cosas/servicios Cusco invita a quedarse. Después de mucho deliberar cuál sería la mejor compañía, compramos un boleto hacia Arequipa, la ciudad del Misti, en el bus Carhuamayo. El plan, bien simple, viajar de noche, intentar dormir lo mejor posible y amanecer con todas las pilas en la segunda ciudad del Perú. Inocentes nosotros, todavía no sabíamos cómo iban a querer asarnos como indefensos cuyes.
Por alguna extraña razón que todavía desconocemos, aquí la gente tiene el termostato severamente desbalanceado. Nuestra experiencia nos mostraría más adelante que es perfectamente normal viajar en un bus completamente cerrado, con la calefacción prendida, la ventilación apagada, 27 o 28 grados de calor y la gente mayormente tapada hasta la manija con cuanta cobija encuentre por allí. Mi única hipótesis asevera que la gente de la costa está acostumbrada a un clima demasiado caluroso y entonces cualquier temperatura por debajo de los 20C es inadmisible. La cuestión es que viajar así es desesperante, y encima la “terramoza” no nos dio ni bola, me sentía un pollo al grill.
Finalmente y gracias a los astros del cielo llegamos a Arequipa bien temprano en la mañana. Al menos al llegar, la ciudad no parece gran cosa, la terminal de ómnibus está en una zona no muy agraciada, y de hecho la gente parece estar bastante preocupada por la seguridad. Cuidado! Me dice una señora en el hall de la terminal, recién le robaron el portafolio a un señor en un descuido…
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