domingo, 21 de marzo de 2010

Desencanto arqueológico: más de una sorpresa y media

Para una que de chiquita había soñado con crecer y convertirse en una Indiana Jones femenina, la excursión a las ruinas de Tiwanaku (aka. Tiahuanaco) prometía ser toda una aventura. Pues de algún modo lo fue, pero no por los aspectos arqueológicos.

Llegar hasta allí implicó tomarse un bus que atravesó las caóticas calles paceñas (léase, ausencia de semáforos, buses que quieren ir en todas direcciones por calles angostísimas y cholas en las calzadas con sus puestos de venta de verduras, frutas, granos, tejidos y hasta ollas!) hasta el cementerio de la ciudad, ubicado en la parte alta (pero no en El Alto), donde tienen su cabecera los minibuses que van al yacimiento arqueológico más importante de Bolivia y hacia la frontera con Perú. Una vez allí, tuvimos que “yirar” para encontrar la empresa de transportes que nos llevaría a nuestro destino (recomendada por la sagrada Lonely Planet). En cuanto descubrimos al transportista, preguntamos: ¿Cuánto cuesta hasta Tiahuanaco? “Diez bolivianos por persona”, fue la respuesta. Pagamos e inmediatamente nos subimos al minibús. A bordo solo había 3 cholas, que hablaban vaya a saber en qué idioma (imposible distinguir si se trata de Quechua, Aymara o qué) así que tuvimos que esperar a que subiera más gente. Unos 15 minutos más tarde y ya muertos de calor, partimos. “No fue tan grave la espera” pensamos.

Pero hete aquí que al llegar al Alto, el minibús se detuvo otra vez, a cargar pasajeros para ocupar los asientos que restaban (unos ocho) por lo que nos pasamos como media hora ahí detenidos al rayo del sol, calentándonos como sardinas en su latita. Para colmo, había una señora chola que no se decidía a subir pues no le gustaba el asiento que debía ocupar pero, palabra o puteada mediante, logró que otra señora chola ubicada en la primera fila le hiciera lugar. Así finalmente arrancamos y después de unos 90 minutos de un recorrido algo accidentado (por los baches en la ruta) vimos el acceso a la localidad de Tiwanaku. Vaya sorpresa (sorpresa #1) cuando el Sr. chofer nos dijo: “Es acá, bajen” y no nos quedó otra (por ser los dos únicos que teníamos ese destino) que bajarnos y echar a andar unos cuántos cientos de metros hacia el pueblo.

Por suerte, no bien arrancamos nuestro derrotero, apareció la Sra. Tomasa, heladera (es decir, que vende helados, no que refrigera) y nos fue dando charla hasta el acceso al Complejo Turístico Arqueológico (nótese la palabra Turístico). Lamentablemente solo entendimos un 50% de lo que nos decía ya que hablaba muy cerradito. Solo pudimos sacar en limpio que sus hijos le habían dado mucho trabajo, que ninguno había ido a la universidad y que uno de ellos hacía tiempo que estaba en Argentina y que no sabía nada de él.

Sorpresa #2: El acceso a las ruinas no cuesta 30 bolivianos como nos habían informado (ni USD 3,50 según la Lonely Planet) sino que sale la friolera de 80 bolivianos por persona + 60 bolivianos el guía!!! Unos USD 12 + USD 8,70 respectivamente. Para que se den una idea, las entradas y el guía equivalían a 2 noches de alojamiento. Creímos que nos matábamos. Haber viajado más de dos horas para tener que irnos sin entrar. Con toda la frustración del mundo, nos fuimos a sentar al cordón de la vereda y mirar el folleto del lugar que no íbamos a poder visitar. ¡Adiós Tiwanaku!

Sorpresa #3: Se ve que debemos haber conmovido a alguno de los responsables del lugar porque unos 10 minutos más tarde se acercó alguien del Complejo y nos invitó a pasar los dos al precio de uno.

Sorpresa #4: Contentísimos por haber logrado ingresar al fin, fuimos primero al Museo Lítico. Dos palabras: una cagada. Solo había un monolito y un arco, todo lo demás estaba guardado por remodelación.

Sorpresa #5: El templo de Kalasasaya y la supuesta pirámide de Akapana son un verdadero fiasco.
De la pirámide original no se aprecia prácticamente nada. Es solo una colina, con unos surcos cavados y una escalinata claramente reconstruida con material que ni siquiera se aproxima al original. El templo sí se ve, pero nuevamente tiene pocas piedras originales y no respeta el diseño original sino el capricho de alguien que de arqueología y conservación evidentemente sabía muy poco. Por ejemplo, hoy se puede apreciar la famosa Puerta del Sol (quizás la pieza tiwanakota más conocida) pero se encuentra a unos 100 metros de su ubicación original. Nadie sabe explicar porqué.






















Sorpresa #6: Decepcionados decidimos ir a almorzar a uno de los “restaurantes” de la zona. JP no tuvo mejor idea que pedir un omellette. Baste decir que el omelete andino fue otra desilusión.

Sorpresa #7: Lo que no nos defraudó fue la zona de Puma Punku, donde se conservan los restos del templo tal cual fueron encontrados. Aunque todavía nos faltaba recorrer el Museo Cerámico, como ya estábamos cansados y muy desanimados, decidimos volver. Así que buscamos un poco de sombra al amparo del arco de bienvenida y nos sentamos a esperar un minibús con destino a La Paz. No habrán pasado 10 minutos, cuando apareció uno. Salvados, ya nos vamos.

Sorpresa #8: El costo del bus es en realidad 5,50 bolivianos. ¿Qué??? Quiere decir que nos vieron la cara (de turistas, ¿de qué otra cosa podría ser?).

Sorpresa #9: El sr. chofer del bus, cuyo cartel indicaba claramente que su destino era La Paz, decidió terminar el recorrido sin aviso previo y justificación alguna en El Alto, para ser más precisos, en el monumento al Che. Imagínense la intersección de dos “autopistas” que hervían de gente que caminaba para todos lados como si fuera Florida y Corrientes en plena hora pico. ¡Una locura! Y nosotros los únicos gringuitos por ahí. Por suerte, un cana boliviano se apiadó de nosotros y nos llevó a tomar el minibús de regreso a La Paz.

Sorpresa #10: A pesar de la confusión inicial del voceador acerca del destino de bus, nos bajamos sanos y salvos en el centro de La Paz y de allí emprendimos el regreso al remanso de nuestro hostel.

Las sorpresas del día, por suerte, habían terminado y lo único que nos aguardaba era una sabrosa y bien merecida cena en un lindo bar de Sopocachi. Eso sí, todas mis ilusiones y aspiraciones arqueológicas quedaron bien sepultadas.

Saludos a todos desde el camino,

Marie
La Paz, Bolivia
08 de marzo de 2010

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