Buscamos y buscamos un lugar para dormir, pero el carnaval y las bellezas de este pueblito nos juegan en contra. Hay gente y se siente. Después de buscar un largo rato terminamos en una hostería bonita, no era nuestra idea, pero la cama se ven tan pero tan mullida que nos convence. Enfrente tenemos un hostel medio escondido y en construcción, y ahí es donde lo conocimos a Luis, el dueño del lugar.
Luis tendrá unos 40/45 años y es purmamarqueño de nacimiento, al igual que su padre y su abuelo, Don Tomás. Intentó probar suerte en San Salvador, me cuenta. La encontró, pero después de un tiempo empezó a extrañar las noches claras y el 7 colores. Así fue que volvió al pueblo hace 8 años y con un terreno que le dejara el abuelo entre manos, decidió que lo suyo era recibir gente y difundir las bondades del lugar.
Luis me cuenta que el turismo está comenzando a despegar en este pueblito hace 5 o 6 años, que para muchas familias locales ya es una certeza y que para muchas otras sería una gran oportunidad. Sin embargo, me dice, no es sencillo que la gente local aprecie la oportunidad, el rechazo al cambio es grande. Así, el negocio se lo llevan los de afuera, un par de hoteles boutique atendidos por porteños le dan la razón.
Nos vamos, sin antes dejar de mirar de nuevo el 7 colores desde el techo a medio construir de su hostel. En no mucho tiempo será un mirador privilegiado para quienes lleguen hasta acá y conozcan a Luis.
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