Este post está dedicado muy especialmente a Glenda
Llegamos a Quito el sábado por la noche, con lluvia, para variar. Llovió todo el camino desde Baños así que no pudimos ver nada de la famosa ruta de los volcanes. Como nuestra guía Lonely Planet edición 2007 (la 2010 no estaba aún en las librerías cuando partimos) decía que la terminal de buses quedaba en el barrio histórico nos decidimos por un hostel en esa zona. Pero hete aquí que una vez más la biblia nos dejó en banda ya que la terminal Cumandá no funciona desde hace más de un año y ahora los buses llegan a la terminal sur Quitumbes. A pesar del inesperado contratiempo, nos resultó grato ver una terminal tan hermosa y organizada, que no tiene nada que envidiarle a los aeropuertos más modernos. Además, se conecta con el centro y el norte de la ciudad a través del “trole”. Lo abordamos sin dejar de tener presente todas las recomendaciones sobre el cuidado de nuestras pertenencias y llegamos a nuestro destino sin inconvenientes.
Después de instalarnos, salimos a cenar y nos sorprendimos en La Ronda por el gran movimiento nocturno (con excepción de Guayaquil, Miraflores en Lima y el hostel de Máncora, hacía tiempo que no veíamos tanta gente en la calle después de las 8pm). ¡Guau! ¡Qué cambio! No lo podíamos creer. Fue como transportarnos a Buenos Aires.
El domingo arrancamos tempranito con la esperanza de que el clima nos diera un respiro. Pero, desafortunadamente, no pudo ser. Nublado, lluvia, nublado, lluvia, nublado (una constante que se repetiría durante toda nuestra estadía en la ciudad). Con la luz del día, la ciudad resultó todavía más bella que por la noche.
Los domingos, varias calles del centro histórico se cierran al tránsito y se convierten en peatonales o ciclovías por lo que se hace aun más placentero recorrerlo. Al igual que en las otras ciudades latinoamericanas colonizadas por los españoles, las iglesias abundan, llegando a extremos ridículos en los que encontramos 3 iglesias en una sola cuadra (la Catedral, el Sagrario y Compañía de Jesús). Resultó que justo era la celebración de la Virgen Dolorosa por lo que enseguida quedamos atrapados dentro de la procesión. No por ser atea dejó de conmoverme el fervor y la fe de los ecuatorianos. Creía que Perú era un país muy creyente, el más creyente de Sudamérica pero, después de haber presenciado la celebración y algunas misas, me atrevería a decir que los ecuatorianos son aun más devotos. Nuestro derrotero después nos llevó por el palacio presidencial (sin Correa, que vive en otra parte), la imponente Basílica del Voto Nacional (una mega iglesia estilo gótico) y el parque La Alameda (la verdad, las plazas acá están un poco descuidadas a comparación con Perú o Bolivia pero están más limpias que en Buenos Aires) pero, de pronto, nos dimos cuenta de que estábamos solos, no había nadie en las calles y eran recién las 3 de la tarde.
En la semana volveríamos varias veces al centro histórico y a La Mariscal. A diferencia de los otros países que hemos visitado, acá no resaltamos tanto como turistas. Ya nos sentimos y nos movemos como locales, yendo en trole de acá para allá, comiendo bolones de verde, chifles y pan de yuca. Dado lo emputecido del clima, no pudimos ir al TeleferiQo ni al Panecillo ni nada. Lo único que pudimos hacer al aire libre fue ir a la Mitad del Mundo (por donde pasa el Ecuador) pero nos resultó decepcionante. Resulta que para ver el monolito hay que pagar! Y ni siquiera está en el lugar correcto!!!
Comentario al margen: Algo que nos llamó poderosamente la atención fue el largo de las polleras de los uniformes de las chicas, a saber, mitad de la pantorrilla en promedio. Parece como si los padres se las hubieran comprado previendo todos sus estirones, para que les duren toda su etapa escolar.
No sé si fue la gente, la arquitectura o qué (probablemente una combinación de todo) pero de algún modo nos enamoramos de Quito, aunque no pudiéramos ver ni un poquito del volcán Pichincha.
Saludos a todos desde el camino,
Marie
Quito, Ecuador
30 de abril de 2010
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