Ometepe: La isla de la fantasía
A la mañana siguiente nos embarcaríamos en un ferry para cruzar el lago Nicaragua (uno de los más grandes del continente). Se trata de un espejo de agua con mucha historia. Durante la fiebre del oro en los Estados Unidos muchos de los que querían ir hasta territorio californiano se aventuraban en un barco desde la costa este hasta un puerto en la costa atlántica de Nicaragua, tomaban una carreta que los dejaba a orillas del lago, luego abordaban un vapor que atravesaba todo el lago, después otra carreta hasta el puerto del Pacífico y por último otro barco hasta el puerto de San Francisco. ¡Qué viajecito, mamita! Tanto tránsito motivó que un señor en USA empezara a hacer lobby (con merchandising y todo) para construir precisamente aquí un canal que uniera ambos océanos. El señor no tuvo éxito y el canal transoceánico terminó construyéndose en Panamá. Así, Nicaragua se perdió una oportunidad única de prosperar. Pero no sería la primera ni la última vez que este país sería cagado por los EEUU.

Cuando llegamos al puerto (embarcadero sería más apropiado), lo primero que nos llama la atención son unas señoras que están adentro del lago, con la ropa puesta y que hacen algo raro. ¿Qué están haciendo exactamente? Esperamos un rato y observamos con más detenimiento: están lavando la ropa de la familia en unas tablas de cemento construidas especialmente a tal efecto. Es raro pensar que en el siglo XXI esta gente todavía lava la ropa, a mano, en el lago, como lo hacían nuestros abuelos o bisabuelos en la época de la colonia. Lo segundo que nos sorprende es que nuestro transbordador está anclado al lado del ferry “Che Guevara”! Pronto, el capitán apunta la proa hacia la isla de la fantasía. Creo que en ningún otro lugar se puede ver una isla formada por dos conos volcánicos perfectos emergiendo de las profundidades de un lago.
Llegamos y, después de eludir a la horda de taxistas/guías improvisados/RRPP de “hoteles”, nos subimos a un autobús que nos llevaría a las profundidades de esta pobre isla nicaragüense. Viajamos atrás de todo, al lado de un señor que iba degustando una jugosa sandía prácticamente entera, junto a un par de ruedas de auxilio y entre bicicletas que bien podrían ser de mi abuelo. Hace calor, hay tierra por todos lados y tengo la certeza de que somos de los pocos extranjeros que se internan por estos pagos. Claramente llamamos la atención de todos.

Nos hubiera gustado alojarnos en algún hotel a orillas del lago pero no pudo ser. El único lugar bonito estaba todo ocupado y el resto eran pequeños hospedajes horribles, sin ventanas siquiera. Volvimos a la carretera hasta una residencia familiar. El dueño, Fidel, nos ofreció una acogedora y pequeña habitación (con ventana) que aceptamos con gusto. Nos trataba como si fuéramos de la familia, no huéspedes. Con él entablaríamos interesantes charlas sobre la revolución, el intervencionismo y Daniel Ortega. Durante horas no podemos olvidarnos del señor del bus y su sandía y decidimos sacarnos las ganas cenando una sandía que pagamos 10 córdobas, o sea, 2 pesos argentinos.

La mañana siguiente nos dedicamos a explorar la isla y terminamos algo desilusionados. No hay mucho para hacer salvo escalar alguno de los volcanes, o los dos, pero no andamos con ganas de hacer semejante travesía en plena época de lluvias. Lamentablemente tampoco podemos aprovechar las playas, son rocosas, el agua está muy fría y está muy ventoso. Lo que sí nos vendría bien sería un poco de relax en las aguas termales. Así nos encaminamos hacia el “Ojo de Agua” pero al llegar no hicimos que sumar otra desilusión más: parecía más una pileta rodeada de selva que un manantial de aguas termales. En un lugar tan pobre y fuera de los dos “polos turísticos”, se hace difícil encontrar algo para comer. No hay muchos almacenes ni restaurantes (olvídense de encontrar un super) y los menús que ofrecen no son muy alentadores. Sin mucha alternativa, pedimos la pesca del día. Para nuestra impresión, nos sirvieron los pescados enteros con ojos, escamas y todo. Asqueados, encaramos la ruta una vez más. Para regresar deberíamos andar unos cuántos kilómetros en medio de cerdos, gallinas y perritos. Gran parte del camino nos fuimos cruzando con un camión de los años ‘30, todo destartalado y que hacía unos ruidos horribles, que acarreaba piedras y tierra para la pavimentación de la ruta (la única de la isla) por lo que nos fuimos entreteniendo con eso.
Más adelante, ya cerca de nuestro alojamiento, nos cruzamos con mucha gente que presumiblemente estaba saliendo de misa. A nuestro lado pasaron una señora con su pequeña hijita (no tendría más de 5 años) y su padre (el abuelo de la nena). al vernos, la nena le dijo instintivamente a la madre: “Mirá, mamá, son turistas. Pidámosle plata.” La madre lo pensó unos segundos pero se abstuvo de emitir juicio. Ante esto, la nena volvió a insistir diciendo: “Mamá, ¿les puedo pedir plata?” Y aquí intercedió el abuelo. Parecía que estaba a punto de sermonearlas y decirles que eso no se hace pero simplemente se limitó a acotar: “No, no se molesten. Son norteamericanos y no entienden.”

Desencantados, abandonamos la isla la mañana siguiente a bordo de un ferry italiano (¿cómo habrá llegado un ferry italiano hasta acá? ¿por qué aguas habrá navegado antes de internarse por las aguas nicaragüenses?). A propósito, ¿saben que si uno quiere hacer el trayecto Ometepe – Granada se demora más de 12 horas? Lo que no se imaginan es que el siglo pasado se podía hacer en tan solo un par de horas a bordo de unos botes rápidos rusos pero desde que se cayó la cortina de hierro y finalizó la guerra fría aquí ya no quedan rusos que sepan repararlos así que a conformarse con los ferrys estándar. A medida que nos alejamos de la isla ganamos perspectiva: los volcanes vuelven a erigirse imponentes en el horizonte y la magia resurge. Claramente este es un lugar que despierta la imaginación a lo lejos pero de cerca desencanta.
Esta historia continuará…
Saludos a todos desde el camino,
Marie
5 de agosto de 2010
León, Nicaragua
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