Cuando amanece ya nos encontramos en alta mar. Agua, agua y agua para todos lados que miremos. Aquí en el mar se pierde la noción del tiempo; la inmensidad del mar juega con nuestra percepción del tiempo. Parece como si el día nunca fuera a acabar.
El mar está sereno y el color del agua es un azul bien intenso. No obstante, se puede ver varios metros hacia abajo. Como las condiciones del mar lo permiten (las olas no superan el medio metro y no hay corriente), muchos se ponen la malla y saltan al agua. Nadan alrededor del velero. Antes de que estén demasiado cansados para volver, el capi los hace subir de nuevo.
No recorremos más que unas millas cuando aparece un grupo de delfines en la proa. Todos vamos hacia allí como chicos. Contamos unos cinco. Son curiosos y juguetones y saltan por delante del barco. Son como perros de agua. A bordo estamos todos felices. Para muchos, es la primera vez que vemos delfines fuera de un acuario, en su hábitat natural, en su casa. ¡Es tan hermoso! Pasados unos 10 minutos, desaparecen tan rápido como llegaron.
El resto de la navegación hasta Coco Bandero (nuestra primera parada en San Blas) es tranquila. Cuando el viento amaina, encendemos el motor para asegurarnos de llegar allí a horario y poder disfrutar del lugar uno o dos días. El mar se porta muy bien y nos regala prácticamente dos días de olas pequeñas y buen clima (ninguna tormenta, por suerte).
Sin embargo, lejos estuve de poder disfrutarlo. Yo, con alma de marinera, que navegué a vela todos los fines de semana durante dos años, que crecí rodeada de barcos y veleros, que disfrutaba cada vez que me subía a una canoa, una lancha, un ferry o cualquier otra cosa que flotara, por primera vez en la vida, me mareé. Y me mareé feo. No es que me diera vueltas el mundo o me molestara la cabeza. Tampoco tenía problemas para mantener el equilibrio. Simplemente, mi estómago empezó a dar señales de que algo no le gustaba y lo manifestó elocuentemente expulsando todo cuanto había en él. Eso me pasa por hacerme la canchera y no haber tomado las pastillitas para evitar el mareo. ¿Cómo me iba a pasar a mí? ¿Justo a mí?
Saludos a todos desde el camino,
Marie
Algún lugar del Golfo de Urubá, Colombia
12 de junio de 2010
Dicen que" lo que se hereda no se hurta", y la genética te ha regalado el amor por el mar. Pero eso de descomponerse, hay no!!!. Si tiempos ha la Escuela Naval hubiera sido mixta,hubiera resuelto con gran felicidad mis dilemas vocacionales.
ResponderEliminarSaludos desde tierra firme y a seguir disfrutando. Cla y Gra