jueves, 5 de agosto de 2010

Llegando a Playa Blanca

CO12_00821 Parece que los encantos de la romántica Cartagena de Indias no se encuentran sólo en la ciudad, la cual de por sí amerita a pasar aquí unos cuantos días, sino también en unas hermosas playas sobre el Mar Caribe. Charlando con Jairo, nuestro amigo del Marlin, decidimos emprender la aventura hacia la playa más famosa y bonita de aquí, según dicen, Playa Blanca. Lejos estábamos de imaginarnos que llegar allí sería una travesía con todas las de la ley.

Esta playa fue durante mucho tiempo un lugar de bajo perfil a unos 40km de aquí, hasta que la cadena de hoteles Decameron decidió montar un complejo exclusivo en una de las bahías. No obstante, el resto sigue siendo un lugar adorable y todavía un poco desconocido.

CO12_00815 Resulta que existen básicamente dos formas de acceder a la bonita playa. La más fácil es en ferry desde Cartagena, que sale diariamente por la mañana y luego lo pasa a recoger a uno por la tarde. La difícil (también más aventurera) es tomarse un bus local, llegar hasta cierto lugar en donde se acaba el continente, esperar la balsa, cruzar a la isla, y luego de alguna manera hacer 10 km de caminos de tierra hasta allí. ¿Adivinen cuál elegimos? La segunda, por supuesto. Después de todo, nos aseguraron que no era tan complicado. Y además, pasaríamos la noche en una hamaca en la playa.

Salimos temprano por la mañana para que el calor no nos achicharre y caminamos hacia la parada que sólo encontramos después de preguntar unas cinco veces. Tenemos que tomarnos el bus que dice “Pasacaballos” pero todos circulan tan rápido que leer los carteles a la pasada es toda una odisea. Después de parar unos cuantos que no iban a nuestro destino, aparece el bus que debíamos tomar. Todo destartalado pero, por suerte, casi vacío. El viaje es literalmente un city tour que nos recuerda que Cartagena no es sólo la bellísima parte céntrica que todo turista convencional conoce, sino también un mar de suburbios de reputaciones mixtas. Como es de rigor, paramos a juntar pasajeros en un mercadillo callejero en el que el olor a pescado es bien característico y ya sí, con los asientos ocupados y el chofer más contento, vamos a Pasacaballos. En medio del camino tenemos el agrado de escuchar las ofertas de uno de los vendedores ambulantes más singulares con el que nos hemos topado. Vende un polvo mágico que elimina parásitos y otros “bichos” del intestino, además de mejorar el funcionamiento de los riñones (sic) por la módica suma de 4000 pesos (alrededor de 2 dólares). Aunque no lo crean el señor concreta varias ventas entre el pasaje.

CO12_00817 Nos vamos internando ahora por una carretera regional entre refinerías y terminales portuarias. Huelga decir que el comercio internacional aquí es la otra principal fuente de ingresos (la primera es el turismo). Finalmente, después de un largo y caliente viaje, llegamos al olvidado caserío de Pasacaballos. El bus nos deja en una esquina de la plaza y realmente no sabemos para dónde rumbear. Las calles son medio de tierra, medio de escombros y la gente no resulta de mucha ayuda. Un par de conductores de motos tratan de convencernos de llevarnos hasta la balsa por precios ridículamente altos, pero los rechazamos muy gentilmente. Sabemos que la balsa no se encuentra a más de unas pocas cuadras. Vamos caminando, tratando de no llamar mucho la atención aunque, creo, sin el más mínimo éxito; podemos sentir las miradas posarse sobre nuestras espaldas. Al llegar, encontramos unas maestras que están aguardando la balsa, la cual sólo volverá cuando algún vehículo la requiera. Me pongo de mal humor, la espera se hace larga, hace calor y mi radar está en alerta naranja constante. Maldigo el momento que decidimos venir por esta vía, cuánto más fácil hubiera sido tomar el ferry. Pero no, aún así no quiero ser un turista convencional al que lo llevan de aquí para allá.

El dichoso vehículo que estábamos esperando llega y nos subimos todos a la balsa para el cortísimo trayecto. Nadie viene a cobrarnos. Del otro lado, sólo hay barro, mucho barro y unas cuantas casuchas. Allí, resulta que la única forma disponible para realizar el trayecto que nos falta son unos señores que cubren el tramo en moto. ¿En moto? ¿Y yo dónde me siento? Atrás del conductor. ¿Y mi casco? En el mejor de los casos, solo hay uno y lo usa el motoquero. Pero somos dos. ¿Podemos subir los dos en una moto? Nooo, tienen que ir separados, cada uno en una motito… Viajando por Sudamérica experimentamos de primera mano los más variados medios de transporte: buses cómodos, intermedios, decididamente malos, con gallinas, sin techo, camionetas destartaladas, motociclos, pero ¿viajar en moto? Viendo que no tenemos mucha alternativa y ya hace bastante que iniciamos la travesía, intentamos regatear el precio un poco agresivamente. Nos quieren cobrar más con la excusa de que el camino está malo, hay barro y poco menos que también hay luna llena a la noche. El precio inicial para el trayecto es 12.000 (6 dólares) cada uno y después de una larga negociación baja sólo a 5.

La verdad, la situación no nos inspira ninguna confianza, pero bueno, que dios nos ampare… La gente de aquí también se mueve así. Salimos y la huella es un lodazal con todas las de la ley. La moto va patinando y trato de agarrarme de donde puedo y ruego que el hombre vaya lo más lento posible. El viaje es una tortura, pasando por charcos y ya con las manos ateridas de hacer fuerza. Para colmo de males, en una curva pasa de frente una camioneta a una velocidad no prudente y nos salpica de barro de pies a cabeza. Mientras tanto y en medio del viaje el conductor intenta volver a subir el precio que ya habíamos arreglado, a lo que por supuesto me hago el completo desentendido, sólo espero llegar, y rápido. Pero no, es mucho, muchísimo más lejos que lo que nos dijeron en todos lados. Y para colmo, mi moto se queda sin nafta a la mitad. Por suerte, estamos en un caserío y enseguida alguien le alcanza una botella de gaseosa con la bendita gasolina dentro. Entre tanto, no puedo saber qué ocurre con la otra moto, que iba más adelante. Al final, el viaje demora 1 hora exacta, son casi 23 kilómetros y, contra todo pronóstico, llegamos sanos y salvos. Ahí vuelven a intentar convencernos por todos los medios habidos y por haber de cobrarnos más, pero ¡minga! Ya me tienen re podrido con esta cuestión.

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La playa es bonita aunque, personalmente, las de Tayrona son muchísimo mejores, digamos distintas, prístinas. Playa Blanca está en una bahía abierta, aunque resguardada por un arrecife, con arena bien blanca (obvio, ¿no?), y muchos puestitos por todos lados. De acuerdo al plan, nos quedamos a pasar la noche en unas hamacas. Esto nos permite tener toda la playa para nosotros tanto al atardecer como al amanecer que es cuando realmente se disfruta, cuando no hay turistas y, por ende, tampoco vendedores (ya les contaré en el post siguiente…). Cerca de la Playa misma hay unas rocas con corales por lo que el snorkel es bien interesante, se ven peces como los de las peceras, de todos colores y además tiene la ventaja asociada que es más difícil que a uno lo distingan los vendedores, salvo el que viene con la moto de agua hasta donde estás para ofrecerte un cuartito de hora.

Al día siguiente y decidiendo no repetir la travesía del día anterior, nos tomamos el ferry para volver. Es grande y tosco como un cachalote, pero cómodo y relativamente rápido, aunque también pienso que si lo hubiéramos tomado a la ida ahora no tendríamos nada que contar. Alguien se acerca y me pregunta algo. ¡Usted es argentino! le digo. Sí, de Castelar… Hace tanto que no escuchaba ese acento que hasta se me antoja extremadamente pegajoso y cantado, pero suena tan lindo y familiar…

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4 comentarios:

  1. ¡Muy bueno! A medida que relatan me acuerdo más y más de García Márquez y sus numerosas historias sobre la región, la Compañía Bananera, la navegación fluvial... ¡Me alegro de que hayan tenido posibilidad de conocer ese lugar!

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  2. ¡Mayno! ¡Qué bueno leerte! No te das una idea de la cantidad de lugares comunes que cuenta García Márquez, por ejemplo en 100 años de soledad, que son tal cual. Ya te vas a enterar de historias de las bananas por nuestro paso en América Central. Abrazo!

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  3. Playa Blanca en Colombia? no lo sabía, pues hay un resort panameño en el pacífico que se llamaba igual, y es uno de los mejores en la cinta playera del sur panameño!

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  4. Hola, anónimo. Gracias por tu comentario. Nos tienes adivinando quién sos. Saludos

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