miércoles, 4 de agosto de 2010

Una de piratas

CO12-00645 Si de chicos les gustaban las historias de piratas y corsarios, entonces Cartagena de Indias es la ciudad ideal para pasar unos días caminando entre sus angostas callecitas y disfrutando de las coloridas fachadas. Sinceramente, ayer y tras el largo periplo desde Santa Marta, llegando aquí bien entrada la noche, no nos llevamos una buena impresión. Pero a veces las primeras impresiones engañan y vamos a constatarlo.

Como decía en el post de ayer, Cartagena fue uno de los puertos principales por los que salía el oro y la plata que los conquistadores españoles obtenían del Perú y lo que hoy es Bolivia. Aquí se almacenaban hasta que llegaba la hora de cargarlos en goletas que partían rumbo a Portobello en Panamá, después a Cuba y finalmente a España. Así, desde entrado el siglo XVI, los piratas se afanaban por tomar la ciudad por sorpresa y hacerse con todas las riquezas que atesoraba. Literalmente, era “el sueño del pibe” de todo bandido que se precie. Por eso, y tras varios ataques que dejaron la ciudad incendiada y destruida, el mayor de ellos a cargo de Sir Francis Drake, la corona fue fortificando y construyendo murallas que la rodearan por completo y que hoy le dan ese aire tan especial (actualmente, la zona amurallada constituye solo una pequeña parte de la ciudad conocida como casco antiguo). Vamos caminando por las callejuelas y aquí hace calor, mucho calor, todos los días, todo el día arriba de 35°.

CO12-00723 También la atmósfera tiene algo de especial, de colorido, de ritmo africano. Cartagena fue un centro fenomenal de importación de esclavos negros para trabajar en las minas, las plantaciones y en cualquier otra actividad que los españoles no quisieran realizar. En la plaza de la aduana se vendían al mejor postor y, de ahí, solo les esperaba una vida de trabajos forzados. Como todo el Caribe, la ciudad  tiene una gran población de origen africano que le dan un toque especial muy pero muy distinto al resto de Colombia.

El Castillo de San Felipe, apenas por fuera de la muralla, es una delicia para recorrer. Enclavado en una loma y oteando todo el horizonte por sobre la ciudad, aquí funcionaba el centro de comando de toda la defensa. Las paredes son gruesas, de piedra maciza, y por debajo está lleno de pasadizos que conducen quién sabe hacia donde. Incluso en uno comenzamos a bajar y nunca encontramos la salida, teniendo que volver sobre nuestros pasos. Desde aquí se podía cañonear hacia toda la ciudad, incluso a otras fortificaciones en caso de que fueran tomadas por los enemigos. Como medida extrema, las bases del fuerte estaban rodeadas de hondonadas que se podían llenar de pólvora si era necesario volar el fuerte. Al menos, aquí adentro no llega el sol y hace un poquito menos de calor!!

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La inquisición también estuvo por estas latitudes y hubo caza de brujas. Al igual que en Perú, las historias son tétricas y da la impresión de que podían terminar torturando a quien quisieran básicamente por cualquier cosa. Incluso tenían una balanza para pesar brujas y, si resultaba que la relación entre la altura y el peso era baja, entonces era cantado: la mujer era una bruja y podía volar gracias a que era lo suficientemente liviana (sic). Y de ahí a la hoguera sin escalas. Menos mal que Marie no vivió en aquella época sino hubiera terminado un tanto chamuscada.

CO12-00657 Parte de la llamativa belleza de la ciudad está dada también por la disparidad extrema en el estilo de vida de sus habitantes. El centro amurallado está compuesto por tres barrios: Centro, San Diego y Getsemaní. Los primeros dos están completamente llenos de restaurantes y lugares chic, mientras que Getsemaní, el barrio histórico de los esclavos negros, se parece más bien a Constitución luego de medianoche. A sólo un kilómetro y siguiendo la Avenida San Martín, la zona del Laguito con sus torres exclusivas y sus Hilton, Sheraton, y, por supuesto, Aviatur asemeja a una Miami en miniatura. Es que Cartagena, como todo Latinoamérica, es un lugar de contrastes, a veces excesivos. Me pregunto cuántas de estas torres están hechas con dinero del narcotráfico.

Sea como fuere, Cartagena es una delicia para recorrer, y lo mejor es perderse entre sus callecitas, sin guía ni mapas ni nada, disfrutar de un sereno atardecer sobre el mar Caribe desde arriba de la muralla y luego deleitarse con los carruajes en la Plaza de la Aduana. Todo esto, claro, en una atmósfera agobiante de calor y humedad pero… ¿a alguien le importa?

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