jueves, 19 de agosto de 2010

Haciéndose a la mar

PA01-00003 Si bien embarcamos en el Güinfly a las 4 de la tarde, esperamos a que se haga de noche para cenar y que pase la tormenta. Finalmente dejamos Cartagena a eso de las 10pm bajo el atento comando de Bruno, nuestro capitán, y disfrutamos del espectáculo que ofrece la ciudad amurallada de noche. Me acuerdo de Buenos Aires y de cómo se ve desde el río de noche cuando uno va a Uruguay.

Bruno e Ingrid están muy atentos a la sonda de profundidad. Bruno me cuenta que aquí los españoles construyeron muros debajo del agua, de manera de estrechar el pasaje y dificultar el ingreso a todos aquellos inexpertos que quisieran tomar por asalto la ciudadela y así salvaguardar las joyas de la corona.

PA01-00005 Nuestro velero avanza lento pero seguro entre las boyas del canal. De a poco, nos vamos internando en la espesura de la noche. La navegación nocturna resulta intimidante. Frente a nosotros, la oscuridad es total. Atrás quedan las luces de Cartagena, que se va haciendo cada vez más pequeña, hasta que estamos solos con nuestra alma en el medio del mar, grande, inconmensurable. Hay algo de pequeñez, de humildad. Nos sentimos chiquitos, indefensos pero, a la vez, libres y serenos. Dejamos atrás Sudamérica y vamos a Centroamérica y, paradójicamente, vamos para el suroeste. El GPS no engaña.

Saliendo del canal nos encontramos con un par de cargueros. Según me comenta Bruno, están aguardando a que se haga de día para ingresar al puerto. Mientras, se fondean para no moverse, con las luces de maniobra restringida y las luces de navegación prendidas al mismo tiempo. ¡Qué confuso! Este es el verdadero miedo de los navegantes: que un carguero te pase por encima. Por suerte, siempre queda alguien de guardia (Bruno o Ingrid). Me siento seguro.

La noche está calma, sin viento (lo que popularmente se conoce como “calma chicha”). Avanzamos a motor y es el único ruido que se escucha. Por suerte, el mar nos regala una noche serena y todos se van a dormir, tranquilos. Yo, en cambio, estoy tan emocionado como un chico con juguete nuevo y no quiero ir a la cama que, por cierto, es demasiado chiquitita. Aprovecho para hablar largo y tendido con Bruno que me cuenta su historia y contesta cada una de mis inquietudes y curiosidades. Cuánta información junta, pero ¡qué interesante! Bruno es un capitán muy experimentado, solito con su perro cruzó el Atlántico en 10 días en un velero de 25 pies (7,5 metros). Al igual que Juan Sebastián Elcano, él e Ingrid piensan dar la vuelta al mundo pero, como el Pacífico es muy grande y muy caro, tienen que ir bien preparados. Por eso, están haciendo los cruces entre Colombia y Panamá, para juntar plata.

El velero tiene algo mágico, navegar con las fuerzas de la naturaleza, sin escuchar sonido alguno más que el casco abriéndose camino entre las olas. Y además no se necesita de caminos ni de civilización, se puede llegar a cualquier costa remota. ¡Quiero aprender a navegar! Al final, me termino durmiendo en la bañera del velero. A la madrugada se levanta un poco de viento y apagamos el motor. Sólo se escucha el golpear de las olas, el velero que avanza gracioso y la inmensidad de la noche. Por dos días no veremos tierra.

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1 comentario:

  1. Gracias a este relato,navegamos con Uds. Para los que no tuvimos coraje de dejar nuestro lugar de orígen y largarnos a volar libremente por el mundo, el hecho de que haya gente que lo haga y, además, lo comparta a través de este espacio,nos ayuda a cumplir ese sueño que quedó anidado dentro nuestro. Gracias por prestarnos estas vivencias y a seguir disfrutando. Cla y Gra

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