martes, 24 de agosto de 2010

¡¡Tierra a la vista!!

Muchas veces me imaginé qué habrá sentido la tripulación de las naves de Colón cuando Rodrigo de Triana los despertó a en la madrugada al grito de ¡tierra a la vista! Dicen que tardaron 2 meses y pico en volver a ver algo tan esencial como un poco de tierra firme que no se zarandee con el viento y las olas.

Despunta la clara mañana del 12 de junio y Bruno, nuestro capitán, nos alegra con la noticia al igual que hiciera Triana más de 5 siglos atrás. Después de 40 horas de mar abierto, las indómitas estribaciones del Darién en el oeste nos dan la bienvenida a Centroamérica. ¡Tierra! Sí, ¡tierra! ¡Y un nuevo continente! Me siento un poquito triste porque quiere decir que se acaba la parte más aventurera del viaje pero ándale ¡que vamos a disfrutar de las islas de San Blas!

Afortunadamente la travesía por mar abierto fue muy tranquila. Incluso tuvimos muy poco viento y, salvo unas horas que nos acompañó y fuimos realmente rápido, casi a 7 nudos (14 km/h), el resto fue con ayudita del motor. Nada mal para una primera experiencia en una cascarita de nuez en la mar.

Desayunamos en la bañera del velero y, de a poquito, las montañas del Darién dejan de ser una línea gris y se hacen más grandes y nítidas. A media mañana vemos unos puntos en el horizonte, y hacia ellos vamos. Son los primeros cayos de las islas de San Blas, en donde fondearemos la embarcación. Seguimos acercándonos despacito, y de los puntos empiezan a crecer palmeras, y nos quedamos con la boca abierta, incrédulos ante la belleza que tenemos frente a nuestros ojos.

PA01-00042Antes de poner pie en tierra debemos sortear el último obstáculo en nuestro camino: el arrecife de coral que protege el archipiélago. Nuestro capitán se pone los anteojos polarizados para esquivarlo cuidadosamente y finalmente fondeamos entre 3 islotes de fantasía. Terminada la maniobra y, a pesar de que hay casi 10 metros de profundidad, podemos ver el fondo. A 200 metros del barco tenemos una pequeña isla de no más de 20 metros de radio y toda cubierta de palmeras. Más allá otras dos islitas parecidas, y nuestro barco en el medio de las tres. Nos tiramos al agua tibia y, de a poco, llegamos nadando a la playa virgen de la isla desierta. Nunca había llegado nadando a una isla (menos desierta) y la sensación es increíble. El mar es una pileta y es un placer cómo uno va viendo el fondo bien lejos y de a poquito va subiendo hasta que finalmente se puede hacer pie.

 

PA01bis_00064¡Esto es el paraíso!

Contrario a la creencia popular, el paraíso no está en el cielo sino en la tierra y tiene por nombre San Blas o, en idioma nativo, Kuna Yala. Por si quiere apuntarlas, estas son sus coordenadas: 9° 31' 60 N, 78° 39' 0 O.

¿Acaso nunca soñó con pasar unos días en una isla paradisíaca? Buenas noticias: ahora puede elegir entre más de 300 islas del archipiélago de San Blas. Varían en tamaño, cantidad de población y distancia pero en todas el agua turquesa y tibia, las arenas blancas y las palmeras cocoteras son una constante. Hasta hay muchas islas e islitas completamente desiertas.

La mayoría tienen aguas súper tranquilas pues están protegidas por barreras de coral exteriores que impiden que las corrientes y las olas interrumpan nuestro goce perfecto del paraíso. Puede caminar por la playa juntando caracoles o vadear en las aguas bajas en busca de estrellas de mar. También es un lugar ideal para hacer snorkel y descubrir el maravilloso mundo submarino que existe a tan solo centímetros de la superficie. Asimismo, puede ir nadando de una isla a otra para tratar de decidir cuál es la más bonita (menuda tarea si las hay) o, simplemente, puede descansar en alguna hamaca mientras se refresca bebiendo agua de pipa (agua de coco).

Y si resulta que tiene la mala suerte de que al lado suyo se fondea otro velero y no tiene ganas de hacer sociales, simplemente es cuestión de levantar el ancla y buscar otra isla para Ud. solito.

No conozco las Antillas ni los famosos destinos turísticos del Caribe como Isla Margarita, Punta Cana, Cuba o Bahamas pero, sin lugar a dudas, San Blas no tiene nada que envidiarles. El paisaje es bellísimo y, por suerte, aún conserva su cultura indígena y no está contaminado por los vicios del turismo masivo (no hay McDonalds ni Hiltons).

En eso estamos pellizcándonos para ver si despertamos cuando apoyo mi mano en la arena cerca de la orilla y, de repente, algo me pellizca el dedo para bajarme a la realidad. Para ser exactos, se trata más bien de un pinchazo e inmediatamente empieza a salirme sangre. ¡Uf qué será! El dedo se me pone un poquito negro y empiezo a recordar todos los programas del Discovery Channel que muestran los bichos más venenosos del mundo. ¡Y yo acá, tan lejos de la civilización! Por suerte, la cosa no pasa a mayores y no tenemos que recurrir a ninguna avioneta de última hora o rituales kunas para sanarlo.

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Para culminar el día, vamos hasta el arrecife con el snorkel y el arpón que nos presta Bruno. Nuestra intención es cazar langostas para la cena pero, evidentemente, no somos muy habilidosos con estos aparatos submarinos y volvemos con las manos vacías aunque maravillados por todos los bichos raros que se nos cruzan en el camino. ¡La langosta quedará para la próxima! Por ahora, nos contentamos con el ceviche de albacora (Thunnus Alalunga) que pescó Bruno.

Ver más fotos de San Blas

viernes, 20 de agosto de 2010

La mar estaba serena, serena estaba la mar

PA01-00015 Cuando amanece ya nos encontramos en alta mar. Agua, agua y agua para todos lados que miremos. Aquí en el mar se pierde la noción del tiempo; la inmensidad del mar juega con nuestra percepción del tiempo. Parece como si el día nunca fuera a acabar.

El mar está sereno y el color del agua es un azul bien intenso. No obstante, se puede ver varios metros hacia abajo. Como las condiciones del mar lo permiten (las olas no superan el medio metro y no hay corriente), muchos se ponen la malla y saltan al agua. Nadan alrededor del velero. Antes de que estén demasiado cansados para volver, el capi los hace subir de nuevo.

No recorremos más que unas millas cuando aparece un grupo de delfines en la proa. Todos vamos hacia allí como chicos. Contamos unos cinco. Son curiosos y juguetones y saltan por delante del barco. Son como perros de agua. A bordo estamos todos felices. Para muchos, es la primera vez que vemos delfines fuera de un acuario, en su hábitat natural, en su casa. ¡Es tan hermoso! Pasados unos 10 minutos, desaparecen tan rápido como llegaron.

PA01-00013 El resto de la navegación hasta Coco Bandero (nuestra primera parada en San Blas) es tranquila. Cuando el viento amaina, encendemos el motor para asegurarnos de llegar allí a horario y poder disfrutar del lugar uno o dos días. El mar se porta muy bien y nos regala prácticamente dos días de olas pequeñas y buen clima (ninguna tormenta, por suerte).

Sin embargo, lejos estuve de poder disfrutarlo. Yo, con alma de marinera, que navegué a vela todos los fines de semana durante dos años, que crecí rodeada de barcos y veleros, que disfrutaba cada vez que me subía a una canoa, una lancha, un ferry o cualquier otra cosa que flotara, por primera vez en la vida, me mareé. Y me mareé feo. No es que me diera vueltas el mundo o me molestara la cabeza. Tampoco tenía problemas para mantener el equilibrio. Simplemente, mi estómago empezó a dar señales de que algo no le gustaba y lo manifestó elocuentemente expulsando todo cuanto había en él. Eso me pasa por hacerme la canchera y no haber tomado las pastillitas para evitar el mareo. ¿Cómo me iba a pasar a mí? ¿Justo a mí?

Saludos a todos desde el camino,

Marie
Algún lugar del Golfo de Urubá, Colombia
12 de junio de 2010

jueves, 19 de agosto de 2010

Haciéndose a la mar

PA01-00003 Si bien embarcamos en el Güinfly a las 4 de la tarde, esperamos a que se haga de noche para cenar y que pase la tormenta. Finalmente dejamos Cartagena a eso de las 10pm bajo el atento comando de Bruno, nuestro capitán, y disfrutamos del espectáculo que ofrece la ciudad amurallada de noche. Me acuerdo de Buenos Aires y de cómo se ve desde el río de noche cuando uno va a Uruguay.

Bruno e Ingrid están muy atentos a la sonda de profundidad. Bruno me cuenta que aquí los españoles construyeron muros debajo del agua, de manera de estrechar el pasaje y dificultar el ingreso a todos aquellos inexpertos que quisieran tomar por asalto la ciudadela y así salvaguardar las joyas de la corona.

PA01-00005 Nuestro velero avanza lento pero seguro entre las boyas del canal. De a poco, nos vamos internando en la espesura de la noche. La navegación nocturna resulta intimidante. Frente a nosotros, la oscuridad es total. Atrás quedan las luces de Cartagena, que se va haciendo cada vez más pequeña, hasta que estamos solos con nuestra alma en el medio del mar, grande, inconmensurable. Hay algo de pequeñez, de humildad. Nos sentimos chiquitos, indefensos pero, a la vez, libres y serenos. Dejamos atrás Sudamérica y vamos a Centroamérica y, paradójicamente, vamos para el suroeste. El GPS no engaña.

Saliendo del canal nos encontramos con un par de cargueros. Según me comenta Bruno, están aguardando a que se haga de día para ingresar al puerto. Mientras, se fondean para no moverse, con las luces de maniobra restringida y las luces de navegación prendidas al mismo tiempo. ¡Qué confuso! Este es el verdadero miedo de los navegantes: que un carguero te pase por encima. Por suerte, siempre queda alguien de guardia (Bruno o Ingrid). Me siento seguro.

La noche está calma, sin viento (lo que popularmente se conoce como “calma chicha”). Avanzamos a motor y es el único ruido que se escucha. Por suerte, el mar nos regala una noche serena y todos se van a dormir, tranquilos. Yo, en cambio, estoy tan emocionado como un chico con juguete nuevo y no quiero ir a la cama que, por cierto, es demasiado chiquitita. Aprovecho para hablar largo y tendido con Bruno que me cuenta su historia y contesta cada una de mis inquietudes y curiosidades. Cuánta información junta, pero ¡qué interesante! Bruno es un capitán muy experimentado, solito con su perro cruzó el Atlántico en 10 días en un velero de 25 pies (7,5 metros). Al igual que Juan Sebastián Elcano, él e Ingrid piensan dar la vuelta al mundo pero, como el Pacífico es muy grande y muy caro, tienen que ir bien preparados. Por eso, están haciendo los cruces entre Colombia y Panamá, para juntar plata.

El velero tiene algo mágico, navegar con las fuerzas de la naturaleza, sin escuchar sonido alguno más que el casco abriéndose camino entre las olas. Y además no se necesita de caminos ni de civilización, se puede llegar a cualquier costa remota. ¡Quiero aprender a navegar! Al final, me termino durmiendo en la bañera del velero. A la madrugada se levanta un poco de viento y apagamos el motor. Sólo se escucha el golpear de las olas, el velero que avanza gracioso y la inmensidad de la noche. Por dos días no veremos tierra.

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Ver más fotos de la travesía

miércoles, 18 de agosto de 2010

Se busca capitán

Cruzar de Colombia a Panamá puede ser toda una aventura. Al no haber opción terrestre alguna, solo resta decidir si hacerlo en forma aérea o marítima.

La primera opción ofrece la comodidad de estar en el destino en menos de una hora (3hs. como máximo si tenemos en cuenta los tiempos de check-in y retiro de equipaje). Contras: el horario del vuelo (sale y llega de noche), el precio del pasaje, el costo del traslado desde y hacia el aeropuerto, y el hecho de que resulta imposible convencer a las aerolíneas de venderte un solo tramo (ida) pues aparentemente las autoridades panameñas exigen que uno tenga un pasaje de salida del país y, en caso de que le negaran la entrada a Panamá, la aerolínea debería correr con el cargo de llevarte de vuelta al país de origen.

PA01-00001 La segunda opción es un poco más cara que la primera (si las comparamos nominalmente) pero mucho más romántica. Requiere de coraje y tiempo pues implica navegar 5 o 6 días en velero, a saber, 2 días en alta mar y 3 o 4 días recorriendo las Islas de San Blas. Aventureros y románticos como somos, obviamente nos decidimos por esta opción. Así nos abocamos a la tarea de encontrar un barco y un capitán de buena reputación que nos llevara a destino sanos y salvos.

La tarea resultó mucho más complicada de lo que esperábamos. Como se trata de una actividad “informal”, no hay un lugar oficial dónde averiguar ni un sitio web que centralice la información de los barcos, sus capitanes y sus fechas de viajes. Recabar toda la data es arduo. Hay que ir a preguntando con cuidado a los hostels, mirar atentamente las carteleras y después hacer una exhaustiva búsqueda en la Web. Una vez que identificamos los veleros con partidas “programadas” para esa semana, nos sumergimos en la Web a bucear por referencias y experiencias de otros viajeros a fin de determinar si se trataba de un capitán confiable. No querríamos terminar presos porque al capi se le ocurrió llevar un par de kilitos de coca o a la deriva porque al capi le gusta tomar un poco demasiado ron y se termina cayendo por la borda (son ejemplos reales). Una vez que descartamos los que nos parecían poco serios, nos dirigimos al club náutico (ha de ser el club náutico menos glamoroso de todo el mundo) para ver los barcos in situ y conocer personalmente a sus respectivos capitanes.

PA01bis_00023 Así es como dimos con Bruno e Ingrid, una pareja de canarios que están recorriendo el mundo en velero y hace un año que se dedican a cruzar gente entre Colombia y Panamá. El velero de 40 pies, el Güinfly, no es lujoso ni nada parecido. Es bien sencillo y algo más pequeño de lo que hubiéramos querido (especialmente si tenemos en cuenta que en total seríamos 10 personas a bordo). La ventaja es que la superficie de la cubierta es antideslizante y está libres de obstáculos (léase molinetes, cornamusas, etc.) que pudieran hacerlo a uno tropezar y caer al agua. A pesar de su look bohemio (más apropiado para el percusionista de Manu Chao que para un hombre de mar), Bruno nos pareció muy responsable y, después de analizar otras opciones para ver si podíamos zarpar antes, decidimos ir con él (lo que implicaba pasar unos días más de lo previsto en la agobiante Cartagena).

Por fin teníamos capitán y fecha de zarpe: salíamos el 10 de junio aunque nos perdiéramos el primer partido de la selección. Mientras aguardábamos la partida, nos preguntamos: ¿Cómo será estar rodeados de agua y no ver tierra por dos días? ¿Se moverá mucho el velero? ¿Nos marearemos? ¿Qué pasa si nos agarra una tormenta en alta mar?

No importa. ¡Panamá allá vamos! Capitán, ponga rumbo sudoeste por favor!!!

Saludos a todos desde el camino,

Marie
Cartagena, Colombia 
10 de junio de 2010

martes, 17 de agosto de 2010

Lo mejor y lo peor de Colombia

Estadía: 29 días
Km recorridos: 3117
Lugares visitados: Ipiales, Las Lajas, Pasto, Laguna de La Cocha, Popayán, Tierradentro, Salento, Medellín, Bogotá, Taganga, PN Tayrona, Cartagena, Playa Blanca.

Comida típica: Bandeja paisa, empanadas y tamales de pipián (Popayán), buñuelos, pastel hawaiano y empanadas de añejo (Pasto), súper patacón con trucha gratinada (Salento), ajiaco (Bogotá). Pueden encontrar algunas descripciones y fotos de los platos en: http://pwp.etb.net.co/fdrojas/gastronomia/tipicas.htm
Bebida típica: Tinto (café), aguardiente y ron.
Música típica: Tango (Salento), salsa (Cali), cumbia (costa caribeña) y vallenato (Valledupar), entre muchos otros: http://pwp.supercabletv.net.co/garcru/colombia/Colombia/folclor.html
Canciones de moda: Me gusta de Silvestre Dangond (http://www.youtube.com/watch?v=HWQDaiF9AIs&feature=related) y Te Perdoné de Jorge Celedón (http://www.youtube.com/watch?v=OhgyM6V7Qz4).
Juego de moda: Pompas de jabón (Salento) y juguetes rodantes.
El mejor restaurant: el del Museo del Oro en Bogotá.
El jugo más rico: Limonada frozen en el Museo del Oro (Bogotá).
El chocolate más rico: Chocolate Santander al 65%.
El paisaje más lindo: Las playas del PN Tayrona, especialmente las del cabo San Juan del Guía.
El lugar más increíble: Catedral de Sal en Zipaquirá.
La iglesia más linda: Santuario de Las Lajas.
Un museo: Museo del Oro en Bogotá.
La mejor expresión artística: Las esculturas de Botero.
El viaje más bizarro: Viajar en moto taxi (abrazadito al conductor para no caerse).
El peor viaje en bus: De Pasto a Popayán (como 7 horas, parando a cada rato).
El mejor viaje en bus: De Ipiales a Pasto.
Una experiencia: Recorrer los túneles del Castillo San Felipe de Barajas en Cartagena (en realidad es un fuerte).
Una de Indiana Jones: Bajar a los hipogeos de Tierradentro.
De terror: La cantidad de mutilados y desplazados que se ve en las calles.
Un momento de paz: Atardecer en el PN Tayrona.
Un momento de terror: Viaje en taxi a la noche desde la terminal de buses al barrio Getsemaní, en Cartagena, con la ciudad toda inundada, pasando por callecitas oscuras donde había personajes con unas caripelas que daban miedo.
Un atardecer: Sentados en la muralla de Cartagena (en realidad, es un baluarte, no una muralla).
Un paisaje: El cañón en el camino de Ipiales a Pasto.
Una linda velada: Cenar fondue de chocolate en casa de Andrea, Diego y Tomás de CouchSurfing.
Una locura: Que te cacheen para entrar a la plaza de Bolívar en Bogotá.
Un flash: La escultura gigante en honor del Pibe Valderrama en Santa Marta.
Una aventura: Viajar en Chiva de Tierradentro a Inza.
Una sorpresa I: Escuchar un tema de Gilda en un bus en la tierra de la cumbia.
Una sorpresa II: Escuchar tango antiguo en un bus camino de Salento.
Una sorpresa III: El metro de Medellín.
Una sorpresa IV: Encontrar un paisaje parecido a Bariloche a los 0° 50' de latitud norte en La Cocha.
Una sorpresa V: Los rascacielos de Bocagrande y El Laguito en Cartagena.
Una odisea: Viajar de Cartagena a Playa Blanca por tierra, incluyendo colectivo, ferry y moto taxi.
Una desilusión: Club Náutico de Cartagena.
Lo más extravagante: Las comisarías/trincheras.
Lo más bizarro: La venta de minutos de llamadas por celular (un señor tiene varios celulares de distintas compañías y te cobra por los minutos que hables a razón de 100 o 200 pesos colombianos el minuto). http://adecintel.blogia.com/2009/040502-dadep-venta-de-minutos-celular-en-el-espacio-publico.php
La mejor atención: Hostal Palm Tree, Medellín.

Saludos a todos desde el camino,

Marie
Cartagena, Colombia
10 de junio de 2010

martes, 10 de agosto de 2010

Mucho más que una frontera, un tapón.

Después de tomarnos muchos, muchísimos buses, trenes y cuanto medio de transporte hubiera a nuestro alcance, llegamos al fin bien al norte, a Cartagena de Indias, y aquí se nos acaba Sudamérica. ¿Y ahora? Y ahora se viene Centroamérica, pero primero, ¡hay que ver cómo llegar!

Si les gustan los mapas como a mí, y han pasado horas observando lo angosta que es la región continental de América Central, se habrán dado cuenta que sólo una pequeña porción está en contacto con Colombia. Pocos lugares en el mundo despiertan la imaginación de aventureros y viajeros como esta remota y selvática zona lo hace desde hace siglos, es el Darién.

Sin embargo, aquí algunas cosas siguen siendo como antes que Colón descubriera América. No hay un sólo rastro de civilización, y por unos cuantos motivos esta zona está completamente aislada, aquí se acaban todos los caminos. Por ahora, muchas guías dicen que bueno, mejor evitar la la zona.

Para empezar, las selvas del Darién son espesas, muy espesas, aún más que el Amazonas. Su accidentada, montañosa y particular geografía hace que los vientos del Pacífico descarguen constantemente sus aguas durante la mayor parte del año, convirtiendo cualquier senda en un lindo lodazal. Además, la selva es hogar de unos cuantos ofidios, especialmente la ponzoñosa víbora terciopelo. Si se pierde aquí, no espere que nadie lo vaya a buscar…

Por otra parte, y como les veníamos contando antes, Colombia produce más del 80% de la cocaína que se consume en los Estados Unidos, la cual evidentemente pasa por algún lugar. ¿Qué  mejor que la espesura del Darién para esconder semejante cantidad de narcóticos? Los pocos senderos existentes son usados activamente por narcotraficantes y, mejor ¡no cruzarse con ellos!

También el Darién es una ruta activa para los inmigrantes ilegales que intentan llegar como sea a Estados Unidos o bien escapan de Cuba hacia Sudamérica. Los que más dinero tienen vuelan directo a Guatemala y de allí empiezan su periplo, pero como Guatemala ahora también le pide visa a los colombianos…

Para no ser menos, el Darién también es hogar de varios grupos armados colombianos. Aquí las FARC encuentran refugio seguro y, dado que cada vez están más y más acorralados, no tienen más remedio que refugiarse en estas selvas. Obviamente los paramilitares, también los persiguen y terminan todos en el mismo lugar.

Por último, el Darién también está atestado de lisa y llanamente bandidos y, bandoleros que, sin ocupación fija trabajan aprovechándose de la falta de ley, intentando aprovecharse de cuanto desprevenido puedan encontrar.

Por si faltara algo a la frutilla del postre, el Darién es una zona endémica de dengue y malaria resistente a la cloroquina.

Alguien quiere intentar pasar caminando? Yo no :-)

El gobierno de Panamá, una antigua provincia colombiana que obtuvo su independencia como consecuencia directa de la intervención norteamericana al construir el canal prefiere no realizar ningún tipo de modificación en esta provincia. Hoy, la Carretera Panamericana termina en un pueblito llamado Yavizá, y sólo reaparece 90 km más adelante en el Chocó colombiano. De pueblo a pueblo, es literalmente tierra de nadie. En tiempos mejores, esforzados caminantes y aventureros han cruzado a pie. En las últimas décadas cruzar por acá es directamente suicida.

En vistas de esto creo que dejaremos las selvas del tapón de Darién para que las disfruten los monos y nos dedicaremos a buscar un barco para cruzar a Panamá, hay algunos capitanes que se dedican a cruzar gente en sus veleros directo a San Blas. También es posible cruzar en avión claro, pero Copa se rehúsa a venderle un solo tramo desde Colombia, no sea cosa que se quiera a quedar a vivir en Panamá.

Ah, y hay que tener cuidado con qué barco se va a cruzar, porque muchos se dedican a cruzar “mercancías” de contrabando.

lunes, 9 de agosto de 2010

La plaga de la playa

A diferencia de lo que sucede en muchísimos lugares, aquí, en Playa Blanca, la mayoría de los vendedores ambulantes son realmente detestables y llega un punto en el que uno desearía tener una pizarra diciendo “No se acerque a menos de 2 metros” o mejor aún, un Rottweiler o un ovejero como el que lo mordió a Navarro Montoya en el estadio Nacional de Chile (¿se acuerdan?). Casi la totalidad de estos sujetos no entiende ni uno, ni dos, ni tres no. Es más, no entiende absolutamente un no por respuesta.

Son hordas que se acercan a ofrecer sus chucherías a pesar de que uno no los llama ni tiene la menor intención de ver qué ofrecen. Luego te refriegan lo que venden a menos de 30 centímetros de la cara y, encima, si uno les dice con amabilidad y una sonrisa “Muchas gracias, pero no quiero”, le insisten otras 3 o hasta 4 veces más. Finalmente, luego de semejante intimidación y cuando comprenden que uno no quiere absolutamente nada más que que lo dejen tranquilo, se alejan simulando enojo y desazón y hasta alguna palabra mascullada para infligir culpa en los pobres transeúntes. Multipliquen este acoso a 5 o 6 cada media hora y la cosa se vuelve insoportable. Ni siquiera el agua es terreno seguro para zafar de los acosadores, aquí también los hay: el que viene con su moto de agua, el que te ofrece el snorkel y la mujer que te vende el juguito de coco.

Les relato una de las interacciones con uno de los coloridos personajes que vendía mejillones. El teatro es más o menos así:

- Hola amigo, ¿cómo le va? Tengo mejillones para usted.

- Gracias, pero no, no quiero.

- Pero mire, están buenos, recién sacados del mar.

- Gracias, pero no, ya le dije que no quiero.

- Pero pruebe uno, va a ver que le gusta.

- Gracias, no tenemos dinero como para comprar mejillones, no me interesa.

- Ah, usted es argentino, como Messi. Bueno, yo le convido uno, se lo regalo entonces.

- Gracias de nuevo, pero le dije que no quiero mejillones.

- Por favor, no me lo desprecie, tómelo como un regalo de un amigo.

- Uff. Bueh… démelo nomás, pero mire que me lo está regalando.

 

No va que el hombre sostiene cinco minutos más una charla que simula ser amable y me dice:

- Bueno, le di dos así que son $4000 (2 dólares).

-¿¿¿¿¿Cómo????? Si le dije mil veces que no quería y que no tenía dinero. Usted me dijo que no se lo despreciara y que me los regalaba para probar…

- Sí, bueno, pero usted los comió, así que son $4000.

- Mire, no le voy a pagar nada, usted me está tomando por boludo (acá la cosa empezó a subir de tono).

- ¿Cómo que no me va a pagar? Bueno, le cobro $2000. (Haciéndose el enojado).

- Ya le dije que no, no le pago nada y, si no le gusta, traiga a un policía.

- Bueno, pero deme $1000 entonces…

La charla termina abruptamente, el hombre se va enojado a seguir vendiendo por la playa. No va que 2 horas después sorpresivamente vuelve, se para a nuestro lado y dice con tono intimidatorio:

- Hola, vengo a cobrar la deuda.

- ¿Qué? Ya tuvimos esta conversación… Ya le dije que me está queriendo tomar por pelotudo. No tiene nada que hacer aquí.

- Pero me tiene que dar plata.

- Yo no le doy nada, y ¡váyase!

Finalmente, después de mucho pensarlo, se retiró mascullando uno y mil improperios hacia la argentinidad, las provincias unidas del sur y no sé cuántas otras cosas más. De más está decir que en lo subsiguiente y como medida preventiva, ningún vendedor pudo acercarse a más de 2 metros sin recibir un ladrido de mi parte. Algunos lo entendieron, otros tuvieron que recibir varios. Después de observar un rato, llegamos a la conclusión de que buena parte de la gente termina comprando aunque sea algo (especialmente comestibles) para no sentirse intimidada, extorsionada o simplemente por miedo.

En la zona de la playa en donde llega la lancha que trae a la gente del ferry, las situaciones lindan lo grotesco. Gente que literalmente no la dejan caminar, ofertas de hasta 3 y 4 vendedores al mismo tiempo, gente que ofrece venta al crédito (no me imagino cómo pudiera ser esto) y miles de cosas más. Como dicen aquí, son bien “intensos”. En fin, una manera más de rebuscársela por estos lares.

jueves, 5 de agosto de 2010

Llegando a Playa Blanca

CO12_00821 Parece que los encantos de la romántica Cartagena de Indias no se encuentran sólo en la ciudad, la cual de por sí amerita a pasar aquí unos cuantos días, sino también en unas hermosas playas sobre el Mar Caribe. Charlando con Jairo, nuestro amigo del Marlin, decidimos emprender la aventura hacia la playa más famosa y bonita de aquí, según dicen, Playa Blanca. Lejos estábamos de imaginarnos que llegar allí sería una travesía con todas las de la ley.

Esta playa fue durante mucho tiempo un lugar de bajo perfil a unos 40km de aquí, hasta que la cadena de hoteles Decameron decidió montar un complejo exclusivo en una de las bahías. No obstante, el resto sigue siendo un lugar adorable y todavía un poco desconocido.

CO12_00815 Resulta que existen básicamente dos formas de acceder a la bonita playa. La más fácil es en ferry desde Cartagena, que sale diariamente por la mañana y luego lo pasa a recoger a uno por la tarde. La difícil (también más aventurera) es tomarse un bus local, llegar hasta cierto lugar en donde se acaba el continente, esperar la balsa, cruzar a la isla, y luego de alguna manera hacer 10 km de caminos de tierra hasta allí. ¿Adivinen cuál elegimos? La segunda, por supuesto. Después de todo, nos aseguraron que no era tan complicado. Y además, pasaríamos la noche en una hamaca en la playa.

Salimos temprano por la mañana para que el calor no nos achicharre y caminamos hacia la parada que sólo encontramos después de preguntar unas cinco veces. Tenemos que tomarnos el bus que dice “Pasacaballos” pero todos circulan tan rápido que leer los carteles a la pasada es toda una odisea. Después de parar unos cuantos que no iban a nuestro destino, aparece el bus que debíamos tomar. Todo destartalado pero, por suerte, casi vacío. El viaje es literalmente un city tour que nos recuerda que Cartagena no es sólo la bellísima parte céntrica que todo turista convencional conoce, sino también un mar de suburbios de reputaciones mixtas. Como es de rigor, paramos a juntar pasajeros en un mercadillo callejero en el que el olor a pescado es bien característico y ya sí, con los asientos ocupados y el chofer más contento, vamos a Pasacaballos. En medio del camino tenemos el agrado de escuchar las ofertas de uno de los vendedores ambulantes más singulares con el que nos hemos topado. Vende un polvo mágico que elimina parásitos y otros “bichos” del intestino, además de mejorar el funcionamiento de los riñones (sic) por la módica suma de 4000 pesos (alrededor de 2 dólares). Aunque no lo crean el señor concreta varias ventas entre el pasaje.

CO12_00817 Nos vamos internando ahora por una carretera regional entre refinerías y terminales portuarias. Huelga decir que el comercio internacional aquí es la otra principal fuente de ingresos (la primera es el turismo). Finalmente, después de un largo y caliente viaje, llegamos al olvidado caserío de Pasacaballos. El bus nos deja en una esquina de la plaza y realmente no sabemos para dónde rumbear. Las calles son medio de tierra, medio de escombros y la gente no resulta de mucha ayuda. Un par de conductores de motos tratan de convencernos de llevarnos hasta la balsa por precios ridículamente altos, pero los rechazamos muy gentilmente. Sabemos que la balsa no se encuentra a más de unas pocas cuadras. Vamos caminando, tratando de no llamar mucho la atención aunque, creo, sin el más mínimo éxito; podemos sentir las miradas posarse sobre nuestras espaldas. Al llegar, encontramos unas maestras que están aguardando la balsa, la cual sólo volverá cuando algún vehículo la requiera. Me pongo de mal humor, la espera se hace larga, hace calor y mi radar está en alerta naranja constante. Maldigo el momento que decidimos venir por esta vía, cuánto más fácil hubiera sido tomar el ferry. Pero no, aún así no quiero ser un turista convencional al que lo llevan de aquí para allá.

El dichoso vehículo que estábamos esperando llega y nos subimos todos a la balsa para el cortísimo trayecto. Nadie viene a cobrarnos. Del otro lado, sólo hay barro, mucho barro y unas cuantas casuchas. Allí, resulta que la única forma disponible para realizar el trayecto que nos falta son unos señores que cubren el tramo en moto. ¿En moto? ¿Y yo dónde me siento? Atrás del conductor. ¿Y mi casco? En el mejor de los casos, solo hay uno y lo usa el motoquero. Pero somos dos. ¿Podemos subir los dos en una moto? Nooo, tienen que ir separados, cada uno en una motito… Viajando por Sudamérica experimentamos de primera mano los más variados medios de transporte: buses cómodos, intermedios, decididamente malos, con gallinas, sin techo, camionetas destartaladas, motociclos, pero ¿viajar en moto? Viendo que no tenemos mucha alternativa y ya hace bastante que iniciamos la travesía, intentamos regatear el precio un poco agresivamente. Nos quieren cobrar más con la excusa de que el camino está malo, hay barro y poco menos que también hay luna llena a la noche. El precio inicial para el trayecto es 12.000 (6 dólares) cada uno y después de una larga negociación baja sólo a 5.

La verdad, la situación no nos inspira ninguna confianza, pero bueno, que dios nos ampare… La gente de aquí también se mueve así. Salimos y la huella es un lodazal con todas las de la ley. La moto va patinando y trato de agarrarme de donde puedo y ruego que el hombre vaya lo más lento posible. El viaje es una tortura, pasando por charcos y ya con las manos ateridas de hacer fuerza. Para colmo de males, en una curva pasa de frente una camioneta a una velocidad no prudente y nos salpica de barro de pies a cabeza. Mientras tanto y en medio del viaje el conductor intenta volver a subir el precio que ya habíamos arreglado, a lo que por supuesto me hago el completo desentendido, sólo espero llegar, y rápido. Pero no, es mucho, muchísimo más lejos que lo que nos dijeron en todos lados. Y para colmo, mi moto se queda sin nafta a la mitad. Por suerte, estamos en un caserío y enseguida alguien le alcanza una botella de gaseosa con la bendita gasolina dentro. Entre tanto, no puedo saber qué ocurre con la otra moto, que iba más adelante. Al final, el viaje demora 1 hora exacta, son casi 23 kilómetros y, contra todo pronóstico, llegamos sanos y salvos. Ahí vuelven a intentar convencernos por todos los medios habidos y por haber de cobrarnos más, pero ¡minga! Ya me tienen re podrido con esta cuestión.

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La playa es bonita aunque, personalmente, las de Tayrona son muchísimo mejores, digamos distintas, prístinas. Playa Blanca está en una bahía abierta, aunque resguardada por un arrecife, con arena bien blanca (obvio, ¿no?), y muchos puestitos por todos lados. De acuerdo al plan, nos quedamos a pasar la noche en unas hamacas. Esto nos permite tener toda la playa para nosotros tanto al atardecer como al amanecer que es cuando realmente se disfruta, cuando no hay turistas y, por ende, tampoco vendedores (ya les contaré en el post siguiente…). Cerca de la Playa misma hay unas rocas con corales por lo que el snorkel es bien interesante, se ven peces como los de las peceras, de todos colores y además tiene la ventaja asociada que es más difícil que a uno lo distingan los vendedores, salvo el que viene con la moto de agua hasta donde estás para ofrecerte un cuartito de hora.

Al día siguiente y decidiendo no repetir la travesía del día anterior, nos tomamos el ferry para volver. Es grande y tosco como un cachalote, pero cómodo y relativamente rápido, aunque también pienso que si lo hubiéramos tomado a la ida ahora no tendríamos nada que contar. Alguien se acerca y me pregunta algo. ¡Usted es argentino! le digo. Sí, de Castelar… Hace tanto que no escuchaba ese acento que hasta se me antoja extremadamente pegajoso y cantado, pero suena tan lindo y familiar…

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miércoles, 4 de agosto de 2010

Una de piratas

CO12-00645 Si de chicos les gustaban las historias de piratas y corsarios, entonces Cartagena de Indias es la ciudad ideal para pasar unos días caminando entre sus angostas callecitas y disfrutando de las coloridas fachadas. Sinceramente, ayer y tras el largo periplo desde Santa Marta, llegando aquí bien entrada la noche, no nos llevamos una buena impresión. Pero a veces las primeras impresiones engañan y vamos a constatarlo.

Como decía en el post de ayer, Cartagena fue uno de los puertos principales por los que salía el oro y la plata que los conquistadores españoles obtenían del Perú y lo que hoy es Bolivia. Aquí se almacenaban hasta que llegaba la hora de cargarlos en goletas que partían rumbo a Portobello en Panamá, después a Cuba y finalmente a España. Así, desde entrado el siglo XVI, los piratas se afanaban por tomar la ciudad por sorpresa y hacerse con todas las riquezas que atesoraba. Literalmente, era “el sueño del pibe” de todo bandido que se precie. Por eso, y tras varios ataques que dejaron la ciudad incendiada y destruida, el mayor de ellos a cargo de Sir Francis Drake, la corona fue fortificando y construyendo murallas que la rodearan por completo y que hoy le dan ese aire tan especial (actualmente, la zona amurallada constituye solo una pequeña parte de la ciudad conocida como casco antiguo). Vamos caminando por las callejuelas y aquí hace calor, mucho calor, todos los días, todo el día arriba de 35°.

CO12-00723 También la atmósfera tiene algo de especial, de colorido, de ritmo africano. Cartagena fue un centro fenomenal de importación de esclavos negros para trabajar en las minas, las plantaciones y en cualquier otra actividad que los españoles no quisieran realizar. En la plaza de la aduana se vendían al mejor postor y, de ahí, solo les esperaba una vida de trabajos forzados. Como todo el Caribe, la ciudad  tiene una gran población de origen africano que le dan un toque especial muy pero muy distinto al resto de Colombia.

El Castillo de San Felipe, apenas por fuera de la muralla, es una delicia para recorrer. Enclavado en una loma y oteando todo el horizonte por sobre la ciudad, aquí funcionaba el centro de comando de toda la defensa. Las paredes son gruesas, de piedra maciza, y por debajo está lleno de pasadizos que conducen quién sabe hacia donde. Incluso en uno comenzamos a bajar y nunca encontramos la salida, teniendo que volver sobre nuestros pasos. Desde aquí se podía cañonear hacia toda la ciudad, incluso a otras fortificaciones en caso de que fueran tomadas por los enemigos. Como medida extrema, las bases del fuerte estaban rodeadas de hondonadas que se podían llenar de pólvora si era necesario volar el fuerte. Al menos, aquí adentro no llega el sol y hace un poquito menos de calor!!

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La inquisición también estuvo por estas latitudes y hubo caza de brujas. Al igual que en Perú, las historias son tétricas y da la impresión de que podían terminar torturando a quien quisieran básicamente por cualquier cosa. Incluso tenían una balanza para pesar brujas y, si resultaba que la relación entre la altura y el peso era baja, entonces era cantado: la mujer era una bruja y podía volar gracias a que era lo suficientemente liviana (sic). Y de ahí a la hoguera sin escalas. Menos mal que Marie no vivió en aquella época sino hubiera terminado un tanto chamuscada.

CO12-00657 Parte de la llamativa belleza de la ciudad está dada también por la disparidad extrema en el estilo de vida de sus habitantes. El centro amurallado está compuesto por tres barrios: Centro, San Diego y Getsemaní. Los primeros dos están completamente llenos de restaurantes y lugares chic, mientras que Getsemaní, el barrio histórico de los esclavos negros, se parece más bien a Constitución luego de medianoche. A sólo un kilómetro y siguiendo la Avenida San Martín, la zona del Laguito con sus torres exclusivas y sus Hilton, Sheraton, y, por supuesto, Aviatur asemeja a una Miami en miniatura. Es que Cartagena, como todo Latinoamérica, es un lugar de contrastes, a veces excesivos. Me pregunto cuántas de estas torres están hechas con dinero del narcotráfico.

Sea como fuere, Cartagena es una delicia para recorrer, y lo mejor es perderse entre sus callecitas, sin guía ni mapas ni nada, disfrutar de un sereno atardecer sobre el mar Caribe desde arriba de la muralla y luego deleitarse con los carruajes en la Plaza de la Aduana. Todo esto, claro, en una atmósfera agobiante de calor y humedad pero… ¿a alguien le importa?

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martes, 3 de agosto de 2010

Magia Latinoamericana, convirtiendo 250 km en 7 horas de viaje

Aquí en Latinoamérica, viajar tiene algo de especial, algo de aventura. Aquí no tiene sentido preguntar con demasiado énfasis cuántos kilómetros hay de trayecto, cuánto demora el bus, si es directo, si para. Esas son nimiedades y detalles para que los cobardes puedan hacer planes. Aquí, todo puede pasar, así que a arrellanarse en su asiento (si no es lo suficientemente duro) y a disfrutar de la aventura, como si fuera una de James Bond.

Una vez más, nos preparábamos para abordar un colectivo, rumbo a nuestra última parada en este continente, la romántica y amurallada ciudad de Cartagena de Indias, sueño y desvelo de piratas desde tiempos inmemoriales. Dicen que por allí se sacaba todo el oro del Perú rumbo a España, así que no eran pocos los que querían hacerse con su botín.

Nos subimos al mediodía, el termómetro marca 40, pero estamos felices, ¡el bus tiene aire acondicionado! ¡Qué lujo! De todas formas, ¿qué son 4 horitas?, pensamos ingenuamente. Como siempre, preguntamos: ¿es directo? Sí, sí, sólo para en Barranquilla. Creo que hasta que salimos de Santa Marta, paramos como 7 veces, a veces ¡hasta 3 veces en la misma cuadra! o en la puerta de salida misma de la terminal. ¡Aquí nadie quiere ni caminar hasta la terminal parece!

No importa, vamos disfrutando del camino y viendo la vida a través del cristal. Llegando a Barranquilla la cosa se vuelve bien industrial. Hay un puerto enorme, refinerías, y el ancho cauce del río Magdalena. De a poco, entramos y descubrimos el caos que es la ciudad. Gente por todos lados, como si fuera un hormiguero, y mucha, pero mucha, sin hacer absolutamente nada más que ver los buses pasar sentados en un banquito bajo una sombra. Mañana juega el Junior la final de la liga y alrededor del estadio se venden banderitas como pan caliente. Mientras, un hombre intenta convencer al chofer de subir su carga al bus. ¿Qué lleva? Como 8 altavoces de los que van dentro de los parlantes. De alguna manera se las arreglan y seguimos todos hacia el sudoeste.

Ya nos estamos deleitando con las escénicas callecitas de Cartagena cuando el bus súbitamente se detiene en medio de la carretera. Qué raro, algún accidente, qué otra cosa puede pasar. Sin embargo, después de un rato, la cosa no avanza ni un centímetro y ya ni nos animamos a preguntar. Hay gente que viene y que va, parece algún tipo de protesta y, seguramente por algo estarán ahí. Alguien me explica que en el barrio se fue la luz hace 2 días y nadie viene a devolverla. Esta vez bajo del bus a investigar de primera mano, pero no me hago muchas expectativas luego de lo que sucedió en Ecuador; ahora sólo miro los hechos desde afuera. Hay una señora gorda que se agarra a los gritos con un policía, que no hace más que reírse. La escena es muy bizarra y, por si fuera poco, empieza a llover. Prefiero dejar la acción y esperar dentro del bus esta vez. Mágicamente, después de poco más de una hora, aparece una camioneta de la empresa de electricidad y todo parece reactivarse. ¡Qué milagro! ¡Qué celeridad! Ahora sí, dele chofer, que faltan menos de 80 kilómetros.

Lejos estaríamos de saber, que lo acontecido sería sólo un tentempié, un abrebocas, un pasabocas, un snack o como quieran llamarlo. Ya entrando a la ciudad misma de Cartagena, y cruzando un barrio de dudosa reputación y nombre aún más amenazante, ahora sí, hay como 100 personas con palos y piedras en medio de la vía. Parece que acá también pasa algo parecido. Bueh, habrá que esperar. ¿Hasta cuándo? No sé, yo de acá no me bajo. Parece que viene para largo, la noche ya cae, se larga un diluvio y la cosa está fea. Por el costado del bus pasan sujetos ene ene montados en scooters que miran hacia adentro de los vehículos con sonrisas socarronas y juraría que investigando y relojeando las bodegas. La espera se vuelve insoportable, ya llevamos como 6 horas acá arriba y ahora, al estar el vehículo apagado, sin aire, en el medio de la nada, y sin esperanzas a la vista. Otra persona también me comenta que aparentemente más de la mitad de la gente por estos lados se cuelga de los cables y, por esa razón, los desperfectos son casi diarios. La compañía, claro, no quiere saber nada y simplemente todos quedan a la buena de dios, como nosotros ahora.

Miramos el reloj y ya pasaron como 2 horas, ¿cuánto más? De repente algo pasa, todos corren, el chofer hace lo que puede con su guatita, se sube, y arrancamos como el F1 de Schumacher en la largada de Mónaco. Intuyo que de alguna manera se forzó una brecha en el corte y todos se mandan. Por las dudas, atinamos a cerrar las cortinitas y a taparnos con las camperas. Lo último que nos falta hoy es recibir un piedrazo.

Finalmente llegamos a Cartagena a las 10 de la noche (que aquí parecen como las 3 de la mañana) y después de una fuerte tormenta que inundó toda la ciudad. La terminal está lejos del centro, vacía y no hay buses ni taxis por ningún lado. Aparece uno después de un largo rato, es nuestra única opción. Intentamos regatear pero tuvimos que resignarnos, estamos en desventaja y, francamente, sólo queremos llegar.

El viaje es largo, largo, estamos bien lejos del centro, y tardamos aunque las calles están desiertas. Nuestro chofer para a comprar un chance (billete de lotería) y después también a cargar GNC. ¿Algo más? Sí, claro, ahora el Daewoo Tico no arranca de ninguna manera. ¡Por favor, quiero llegar de una vez! Finalmente, el motor se apiada de mis lamentos y decide encender en precarios tres cilindros. Atravesamos unas calles vacías y tan oscuras que dan miedo, sólo nos tranquilizamos cuando cruzamos la muralla. Ya estamos en el barrio antiguo, ¡no puede faltar mucho!

La primera impresión no es buena pero, qué más da, que se termine el día de una vez. Getsemaní es la parte más relegada del centro y así se nota en los frentes un poco abandonados, las “chicas” que están “trabajando” y “parceros” que salen de jugar y tomarse aguardientes en algún antro de mala muerte. Nuestro taxi nos deja en Casa Viena, el lugar que nos recomendaron pero, adivinen qué, no tienen lugar. Ronald, el sereno, sin embargo, se apiada y empieza a llamar a algunos teléfonos de otros establecimientos. Dicen que sí, que acá a dos cuadras tienen lugar! ¡Sí!

Son como las 11 y media y todavía nos falta comer, pero aún así estamos felices de haber llegado. Hoy tuvimos un día realmente Latinoamericano y eso, eso, no se puede comprar con MasterCard.

lunes, 2 de agosto de 2010

Parque Nacional Tayrona – El paraíso… privatizado

Recuerdo que una de las materias que realmente me gustaba en el secundario era geografía. A menudo pasaba horas y horas observando mapas e intentando imaginar cómo sería el terreno en la realidad, cómo se relacionaría la gente con el suelo en el que vive, si haría frío, calor, cómo serían las casas, de qué se viviría y un sinfín de factores que condicionan la vida cotidiana. Hoy, muchas veces sigo haciendo lo mismo, aunque ahora usando el santo grial de Google Earth. ¡Qué lindo hacer zoom cuando se ven los autos!

De alguna de esas clases cuyo tema es interesante, pero por alguna extraña razón se encaran de una manera aburridísima, recuerdo que tratamos la “Cordillera de los Andes”. A mí me parecía fascinante imaginarme cómo esa pared de montañas va separando el subcontinente sudamericano en dos partes y moldeando no sólo terrenos sino también actitudes y estados de ánimo, sino pregúntenle a los bolivianos. Sin embargo, creo que la mayoría se aburría y contaba cuánto tiempo más faltaba para el recreo.

CO11-00633 Hoy, poco más de 10 años después de esa aburrida aproximación teórica puedo decir que conozco, al menos a grandes rasgos, desde las primeras estribaciones en Tierra del Fuego hasta casi donde termina, en el mar Caribe, ¡qué privilegio! Y hoy vamos a conocer dónde termina la cordillera más larga del mundo, ¿o quizá empieza? La Sierra Nevada de Santa Marta es una de las zonas más interesantes del planeta, porque en menos de 40km se pasa del nivel del mar a casi 6000 metros de altura y el punto en el cual se sumerge en el Caribe es el bellísimo Parque Nacional Tayrona. Si uno sobrevolara en avioneta la zona, vería como las últimas estribaciones andinas se asemejan a una mano que se hunde en el mar celeste inventando entre sus dedos amplias bahías, algunas bien accesibles, otras escondidas y todas con profusa vegetación.

Bajo el calcinante sol de Santa Marta, nos tomamos una minivan muy mini y recorrimos los 50 km que nos faltaban hasta llegar al desvío del parque. Aquí, oh sorpresa, había una caseta impecable, la cual cobraba la no módica suma de casi 17 dólares por persona para visitar al parque. ¡¡Qué buen negocio!! Nada nos desalienta, entregamos los billetitos con una marcada sensación de que nos estaban estafando un poquito y cruzamos la barrera. Y ahora, ¡a caminar! De aquí es 1 hora hasta el parqueadero, luego 40 minutos más hasta donde se sale a la playa, y de aquí otra hora y media hasta donde pensábamos pasar algunas noches, Cabo San Juan del Guía.

CO11-00571 Durante la primera parte del camino, si bien caminamos bajo el dosel de la selva, el calor y la humedad se impregnan en nuestros poros, la sensación es agobiante. Pero la recompensa es grande, la primera playa es increíble, nunca vi una playa tan bonita. Por si fuera poco, las siguientes serían aún más bonitas, con vegetación, mucha sombra, mar transparente, rocas y animales. ¡No falta nada! ¡Esto sí es el Caribe! El camino sí es tortuoso, está construido de una manera pésima, extremadamente mal mantenido y lleno de cárcovas, producto de utilizar los cauces de arroyos para ahorrarse esfuerzo. A pesar de que tampoco hay tanta gente transitándolo, el pésimo camino y el uso de la senda por caballos es la combinación perfecta para que el impacto en el parque sea el mayor posible.

CO11-00600Después de patear bastante, llegamos a nuestro destino final, y ahí hay otra casetita. A ver qué nos encontramos… La forma más económica de pasar la noche es en hamacas, cuestan 10 dólares (escrito en marcador en una pizarrita), a tan sólo 10 centímetros de su vecino y sin ninguna comodidad aparente, salvo unos baños en estado deplorable. Ah, también hay unos ecolodges sarasa que cuestan como 250 dólares la noche. Si ya tiene su carpa, también cuesta 10 dólares (por persona) sólo armarla. Ah, y por si fuera poco, para añadir a la escena hay un par de militares que “preservando la seguridad del visitante” se aseguran de inspeccionar bien todos los equipajes, especialmente chequeando que nadie ingrese ningún licor, no sea cosa que no lo compre en el puestito del parque. Hasta me pareció que me querían incautar el agua mineral que llevaba. Estos muchachos también se encargaban de cuidar a los visitantes, no dejándolos pasar la noche en ninguna otra parte que no fuera en el predio designado. Claro, tiene sentido, ¡para preservar el parque pienso! Jajaj (Qué excentricidad eso de los sitios de acampe agreste o libre, no?…) Eso sí, guardaparques de verdad, realmente no vimos ni uno en los cuatro días que estuvimos, y el parque realmente está hecho pelota.

A regañadientes seguimos entregando billetitos y ocupamos nuestras preciosas hamacas. Desde este punto, las distintas playas que se pueden recorrer caminando son increíbles y para todos los gustos. Con palmeras, con sombra, sin sombra, con piedras, con arenas finas, turbulentas y abiertas, tranquilas como una piscina. Creo que una foto vale más que mil palabras. El lugar es realmente hermoso.

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Investigando un poco, llegamos a la conclusión de que los gobiernos colombianos parece que tienen problemas más acuciantes que ocuparse de un irrelevante parque nacional. Con otras prioridades en la mesa, alguien llegó a la sana conclusión que lo mejor es preocuparse lo menos posible y concesionar, no sólo un parque, sino los 4 parques más importantes del país completos a un sólo holding de turismo francés (Aviatur), que tiene el derecho absoluto de manejarlos como le plazca (sí, claro, cumpliendo todas las normas establecidas, por supuesto), o sea montar un monopolio turístico con ellos. Una ulterior visita a una oficina correctamente climatizada y con mullida alfombra en la parte más chic de Cartagena confirmó que se venden paquetes all-inclusive utilizando la infraestructura de los parques con bonitos folletos lustrosos. Ah, eso sí, en la empresa concesionaria no supieron explicarme ni siquiera qué se protege en el parque, sólo sabían lo que decía el folleto y que podía pagar con Visa, Amex y Mastercard.

Obviamente, como en el caso de Tayrona, a casi nadie parece realmente importarle la preservación del parque para el goce y disfrute de las generaciones venideras, los senderos están mal trazados, no parece haber estudios en curso (no vimos ni una sola cinta marcadora de árboles), no hay centro de visitantes, no vimos un solo guardaparque, no se brinda información acerca de las especies que se preserva, ni siquiera se entrega un folleto con al menos el mapa de los senderos o una lista de precauciones para no dañar el ambiente. Lo siento muchísimo por el pueblo colombiano, un lugar tan excepcionalmente único no merece ser administrado como un negocio de unos pocos hipotecando el futuro de muchos, sus reales dueños.

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