Aquí estamos en Taganga, históricamente una pequeña (o debiera decir diminuta) aldea de pescadores devenida en nuevo destino turístico para gringos. Enfilamos hacia aquí debido a los excelentes comentarios de otros turistas y nuestra guía Lonely Planet que asevera que las playas son mucho mejores que las de Santa Marta, uno de los destinos costeros más populares entre la clase alta colombiana.
Tenemos que admitir que el pueblito no nos pareció muy bonito, ni siquiera pintoresco. Sin embargo, su ubicación privilegiada en una bahía encerrada y con aguas calmas anima a pensar en largos días de playa y atardeceres románticos. Desafortunadamente, la playa principal es de arena muy gruesa y está repleta de pescadores y basura, por lo que no es exactamente un lugar paradisíaco. En cuanto al pueblo mismo, las serpenteantes callecitas de ripio son en realidad una pila de escombros y basura, mientras que las edificaciones no siguen ningún estilo en particular. Por si fuera poco, el alojamiento y la comida aquí son extremadamente caros.
Tomando en consideración todos estos puntos y el calor agobiante, decidimos alojarnos en un hostel muy colorido que prometía Wi-Fi gratis, DVDs, cocina abierta las 24 horas y hasta una pileta de natación. A pesar de la cálida bienvenida que nos dio la recepcionista y la atmósfera relajada que crean las hamacas colgadas por todos lados, el resto del staff no parece tener absolutamente ningunas ganas de ayudar o al menos, regalar una sonrisa. Resulta ser que si uno quiere ver un DVD, tiene que dejar un depósito de 5 dólares; si quiere toallas, tiene que dejar otro depósito, si quiere utilizar el Wi-Fi durante el día, tiene que abonar un adicional de 2,50 dólares (siempre y cuando funcione, es gratis desde las 10 de la noche hasta las 7 de la mañana). Realmente con tantos peros, letra chica y mala onda nos estábamos sintiendo miserablemente mal. Todo esto hacía casi incomprensible el hecho que los otros huéspedes (imagínense, el hostel estaba lleno) estaban tan pero tan contentos. Algo realmente no encajaba. Podíamos olfatear que había algo raro en el ambiente, pero ¿qué era?
El viernes llegó y con él, el tiempo de juerga. Obviamente nosotros, los aburridos diurnos o zanahorias como le dicen aquí, nos fuimos a dormir temprano. Éramos los únicos en el dorm; todos nuestros compañeros estaban de rumba en la pileta. Y se hizo de día, y todos nuestros compañeros de cuarto seguían de fiesta en la pileta. Pensamos que podíamos ir a darnos un chapuzón, pero el área estaba restringida. Mmhhh, ¿por qué seguirían allí a las 9 de la mañana? ¿Por qué no admitían extraños en la fiesta? Todo esto resultaba muy pero muy raro por lo que comenzamos a sacar las más alocadas conclusiones: i) están haciendo todos una orgía, ii) están filmando una película porno, iii) están todos drogados, iv) todas las anteriores al mismo tiempo.
Y luego, de repente, hicimos el clic. La mayoría de los hoteles en los que hemos estado en Colombia (y, hasta ahora en cualquier otro lado en Latinoamérica) se esfuerzan por crear y mostrar una atmósfera familiar. Consecuentemente, tienen por todos lados carteles que rezan “No se admiten drogas” o cosas por el estilo. ¿Adivinen qué? No pudimos encontrar ninguno de estos carteles por ninguna parte. Ahí estaba la cosa.
Una ulterior conversación con una fuente confidencial confirmaría absolutamente todo. Se puede conseguir lo que uno quiera, de la mejor calidad y a sólo un décimo de lo que cuesta en Estados Unidos. Eso explica muchas cosas. Por qué es un destino tan popular entre los americanos. Por qué hay gente en el hostel que hace más de un mes que está aquí, cuando 3 o 4 días son más que suficientes, dado que no hay demasiado para hacer además de bucear. Por qué hay tanta gente en la calle sin hacer nada (por qué habrían de hacer algo, con sólo vender un par de gramos por día se puede mantener a la familia completa por una semana).
En Taganga, hay muchos otros hostels con los cartelitos de “No se permiten drogas” así que la cosa puede ser distinta yendo a otro lugar. Sin embargo, y a pesar que nuestra experiencia ha sido en este sitio particular, es bastante obvio que las drogas se consiguen de manera sencilla en todo el pueblo.
En conclusión, ¡Taganga es el paraíso para los adictos a las drogas! Se consigue cocaína de altísima calidad a precios ridículos, además de tener playas lindas con aguas tranquilas (así uno no se ahoga si está un poco drogado), mucha gente adicta a las fiestas y nadie que moleste (no hay mucha presencia policial aquí). ¿Qué más pueden pedir?
Un comentario final: el narcoturismo es, muy tristemente, una forma popular de turismo en Colombia, que según algunos, llega al 70% de los turistas extranjeros (obviamente no hay estadísticas oficiales), especialmente en la costa caribeña. Lamentablemente es una forma de turismo, que lejos de ser inofensiva, alienta, promueve y exacerba prácticas delictivas y violentas, y en definitiva termina financiando el conflicto armado interno.