Enclavado en el remoto noreste panameño, cercano a la frontera costarricense y rodeado de verdes junglas, mares paradisíacos y cultura afro-reggae se encuentra un archipiélago mágico, en el cual se pueden experimentar olas de clase mundial, coloridas barreras de coral, hermosas playas y bueno, muchas bananas.
Bocas del Toro sí es un verdadero edén y, como tal, está bien aislado de la “civilización” . Nuestros días allí a puro sol y pececitos tropicales lo atestiguan pero, ojo al piojo, también puede convertirse en una trampa mortal y, con un rápido giro del destino, nuestra isla de ensueño se transforma en un Alcatraz caribeño. ¿Y quién es el culpable de esta trágica situación? Las bananas, ¡claro! Tan ricas pero tan célebremente ilustres como elemento de dominación en toda la región.
Allí estábamos, empapando nuestros sentidos de la magia caribeña en la otrora base de operaciones de la United Fruit Company, cuando escuchamos en un vetusto televisor que había algún problemilla con una ley pasada por el gobierno (situación bastante común en Latinoamérica) y que la cosa se estaba poniendo espesa.
Los detalles son nimios pero lo importante es que la población local, empobrecidos trabajadores bananeros que casi nada tienen que perder en el tira y afloje, estaba muy molesta y lo demostró en un principio estableciendo sucesivas barricadas sobre la ruta hacia Costa Rica (la misma que pensábamos tomar). Hasta aquí, todo normal y esperable, hasta diríamos saludable para el desarrollo de la región. Todos sabemos que no hay Latinoamérica viable ni auténtica sin este tipo de habituales escaramuzas.
Pero, claro, nuestro entrenamiento en “crisis management” no contemplaba que por estas latitudes los conflictos de este tipo suelen encararse de una manera un poco más violenta que lo habitual en tierras australes. Así, con nuestras “orejeras” sureñas y alentados por los comentarios optimistas de los isleños, decidimos esperar un día más con la esperanza de una pronta resolución. Sin embargo, el alba del día siguiente nos despertó con la noticia de que no sólo la carretera a la frontera con Costa Rica estaba cortada, sino que ahora también estaban bloqueados el camino de regreso a la costa pacífica y al otro cruce fronterizo.
Ya sin escapatoria posible de la isla, comenzamos a especular con una efectiva intervención presidencial. Nuestros augurios se vieron desahuciados por las batallas campales que estaban tomando forma en tierra firme, a escasos kilómetros de nuestro reducto isleño. Por un lado, las balas (no de goma sino de verdad) y por el otro, hordas imbuidas de machetes y palos. El saldo: 5 muertos, 300 heridos y unos 4 policías tomados de rehén, un conflicto a punto de proyectarse nacionalmente y una ciudad y su aeropuerto completamente tomados.
Y ahora, ¿quién podrá ayudarnos? Mejor dicho, ¿cómo salimos de acá? Nos encontrábamos en el centro del huracán, el aire a nuestro alrededor todo enrarecido pero a la vez la calma era pavorosa. La incertidumbre de qué hacer crecía cada vez más mientras los días pasaban inexorablemente. En la isla, la provisión de productos comenzaba a escasear. Esto, sumado a la amenaza latente de que el próximo bastión sería la isla, empujaba a los pocos extranjeros que quedaban a subirse a endebles cayucos, cual balseros cubanos, para cruzar de ilegales a territorio costarricense, unos 60 km de improvisada travesía en mar abierto.
Con la noticia de que el presidente panameño iría a ver la final de la copa del mundo en vez de atender el problema, nos terminamos de convencer de que lo mejor sería eyectarse de la isla lo más rápido posible. Por suerte, teníamos un pequeñito aeropuerto a mano, así que decidimos ir a por él. Entre aviones que descargaban tropas armadas hasta los dientes, descubrimos que el escape a la felicidad (la ciudad más cercana fuera de la zona de conflicto) nos costaba 60 dólares en una avioneta muy simpática a la que apodamos “la chancha” por motivos que sabrán dilucidar.
Cerramos los ojos, hicimos de tripa corazón y canjeamos los billetitos por un cartón de embarque que sería nuestro pasaporte y escape final. A pesar de todo, especialmente nuestras dudas, la pequeña aeronave (no más de 40 asientos) sí se elevó con esfuerzo por sobre la realidad mundana, remontándonos hacia el cielo y dándonos la tranquilidad que estábamos anhelando. En sólo media hora habíamos pasado del Atlántico al Pacífico, y de allí, ¡directo a Costa Rica!
Aquí les dejo una referencia sobre el conflicto bananero: http://globovideo.lacoctelera.net/categoria/huelga-changuinola
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