lunes, 27 de septiembre de 2010

Y un día la espera terminó

Dedicado muy especialmente a mi querida amiga Lily.

Cuando me enteré de que Bon Jovi finalmente regresaría a la Argentina después de tantos años me quise matar. Ya tenía suficiente con saber de las presentaciones de Scorpions, Europe y Twisted Sister que iban a ocurrir en mi ausencia como para que encima los Bon Jovi se acordaran en este momento de que el sur también existe. Los esperé muchísimos años y en cada viaje que hice al exterior intenté verlos pero o estaban dentro del estudio o andaban de gira bien lejos de donde me encontraba yo. Parecía que me estaban esquivando. Por eso, mi desazón no podía ser mayor.

No obstante, por las vueltas del camino, la vida quiso que nuestra estadía en México se fuera extendiendo hasta el punto de que ir al concierto que darían en el DF el viernes 24 de septiembre dejó de ser un sueño y se convirtió en una posibilidad real y concreta. El lunes desde la ciudad de Oaxaca compré las entradas a través del demoníaco sistema TicketMaster P1110387y el martes pasamos a retirarlas. Algo que en Buenos Aires es tan sencillo como ir hasta el punto de entrega, hacer algunos minutos de cola, presentar el documento y la tarjeta y listo acá resultó toda una odisea. Los únicos puntos de venta en esa ciudad eran tres Farmacias del Ahorro (las del Dr. Ahorro). En la primera, la "encargada" de las entradas se había ido a almorzar; en la segunda, el "encargado" no tenía ni la menor idea de lo que tenía que hacer. El pobre hombre tenía un papelito mugroso con las instrucciones escritas a mano pero de poco le servían. A sus cincuenta, parecía que la tecnología y él no se llevaban. La operación demoró más 30 minutos y recién después de varios intentos fallidos y de luchar para que no volvieran a cargar los gastos en mi tarjeta de crédito, salimos de ahí con nuestros benditos tickets para el concierto.

Imagen033Viernes. Llegó el día tan ansiado. Poco antes de las 7pm emergíamos de la estación Ciudad Deportiva del metro e inmediatamente fuimos interceptados por revendedores/compradores que nos acosaron con su "¿Le faltan, le sobran entradas?" hasta el mismísimo punto donde te cortan la entrada. Todo el camino parecía un mercado hecho y derecho con cientos de puestitos con todo el merchandising imaginable y por imaginar (tasas, pulseritas, jarros de cerveza, marcos para la patente del auto y, seguro que si lo buscabas, hasta papel higiénico de Bon Jovi había). El acceso fue el más largo que me ha tocado. Desde que cruzamos la reja que separa el predio de la vereda hasta el campo propiamente dicho, debemos haber caminado como 1km (gran parte por la recta principal del autódromo) y pasado 6 controles. El cielo estaba amenazante y la lluvia no se hizo esperar. ¡¡¡Todos a resguardarse debajo de las plateas!!!

Como si no fuera poco con la lluvia, nos tocó soportar de teloneros a Moderatto. ¡Para el olvido! Los flacos son un robo en 2 patas con flagrantes choreos a The Darkness, Poison, Kiss, U2 y hasta Los Enanitos Verdes. Con su producto mediocre le faltan el respeto al verdadero hard rock y a todos los amantes de este estilo. Qué no digan que hacen heavy porque claramente no tienen ni idea qué es eso. Para colmo, el mamerto del cantante repetía sin cansarse "¡A sacudir las huevas!" Cuánta mediocridad, ¡por Dios! Y encima parece que en Argentina tienen bastante éxito. ¿Qué pasa, nos estamos quedando sordos? No sé quién los habrá elegido como teloneros pero claramente no tenía ni idea de lo que hacía. Creo que hasta Cristián Castro hubiera sido un más digno telonero de Bon Jovi que estos mamarrachos.

Finalmente, alrededor de las 21.30, el estadio repleto vio apagarse las luces y subir sobre el escenario a los 4 de New Jersey, con sus dos músicos acompañantes (bajista y segunda guitarra). Finalmente, la espera había concluido. Fueron exactamente unos larguísimos 14 años, 10 meses y 20 días. Apenas 9 días más corta que si estuviera en la Argentina.

El show fue sencillamente espectacular desde la primera hasta la última canción, demostrando que saben perfectamente cómo dar un buen concierto y que la química entre ellos sigue intacta tras 27 años. Arrancaron con todo, como corresponde a una verdadera banda de rock y especialmente cuando ha estado ausente tanto tiempo (aquí en México hacía 9 años que no se presentaban). El tema elegido fue el clásico Blood on Blood (http://www.youtube.com/watch?v=QSklgGbVdYo) y logró despegar del asiento hasta a los más apagados. De ahí en más fue un justo equilibrio entre lo nuevo y lo "viejo". Claro, yo hubiera preferido que tocaran mucho más de lo “viejo” pero no me puedo quejar porque incluyeron todos los clásicos que me encantan (Born to be my baby, Wanted dead or alive, You give love a bad name, Bad Medicine, Lay your hands on me, I'll be there for you y Living on a prayer). De principio a fin no paré de cantar ni saltar. Lamentablemente se nota que ya no tengo 15. Ahora lo siento en cada músculo, tendón y hueso de mi cuerpo. Los 30 no vienen solos. :-(

Si bien el público no me pareció tan fervoroso como el argentino, se portaron muy bien logrando que la banda tocara un tema más de lo que tenían programado. Había presentes varias generaciones y se notaba que las más nuevas no se enganchaban tanto con los temas "viejos" como los más viejos del público. Igual fue una fiesta: familias completas, papá como loco cantando y bailando los clásicos, mamá babeándose con Jon, los adolescentes disfrutando de los nuevos temas y los más niñitos disfrutando de su primer gran concierto. Increíble. Incluso al terminar el show, la gente se fue del estadio cantando. ¡Maravilloso!

En mi opinión, los mejores momentos fueron cuando Richie se hizo cargo del micrófono para cantar Lay your hands on me (http://www.youtube.com/watch?v=zuo-Q_h2Puo), los dos covers intercalados en Bad Medicine (no les voy a arruinar yo la sorpresa), Captain Crash & the beauty queen from Mars, I'll be there for you (http://www.youtube.com/watch?v=GP-zy5oRKG4), Living on a prayer con una impecable intro a capela de Jon (http://www.youtube.com/watch?v=bbUin2JNKAI&feature=related), la yapa del final demostrando que escucharon los pedidos de los fans y cada vez que Jon y Richie se juntaban con sus guitarras para hacer magia. Fueron en total aproximadamente 2 horas de entrega absoluta por parte de la banda. Obvio, uno quisiera que tocaran 10 horas para compensar tantos años de ausencia pero en fin... Estoy feliz pues pude ver a mi banda favorita en compañía de mi Cielo. Fue hermoso compartir esta experiencia juntos.

Bon Jovi y Cielo: ¡gracias por una noche única! A ver cuándo se repite, ¿eh?

Saludos a todos desde el camino,

Marie
Ciudad de México, México
25 de septiembre de 2010

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Éxodo aéreo: abandonando una isla bananera

PA06_00363 Enclavado en el remoto noreste panameño, cercano a la frontera costarricense y rodeado de verdes junglas, mares paradisíacos y cultura afro-reggae se encuentra un archipiélago mágico, en el cual se pueden experimentar olas de clase mundial, coloridas barreras de coral, hermosas playas y bueno, muchas bananas.

Bocas del Toro sí es un verdadero edén y, como tal, está bien aislado de la “civilización” . Nuestros días allí a puro sol y pececitos tropicales lo atestiguan pero, ojo al piojo, también puede convertirse en una trampa mortal y, con un rápido giro del destino, nuestra isla de ensueño se transforma en un Alcatraz caribeño. ¿Y quién es el culpable de esta trágica situación? Las bananas, ¡claro! Tan ricas pero tan célebremente ilustres como elemento de dominación en toda la región.

Allí estábamos, empapando nuestros sentidos de la magia caribeña en la otrora base de operaciones de la United Fruit Company, cuando escuchamos en un vetusto televisor que había algún problemilla con una ley pasada por el gobierno (situación bastante común en Latinoamérica) y que la cosa se estaba poniendo espesa.

PA06_00398 Los detalles son nimios pero lo importante es que la población local, empobrecidos trabajadores bananeros que casi nada tienen que perder en el tira y afloje, estaba muy molesta y lo demostró en un principio estableciendo sucesivas barricadas sobre la ruta hacia Costa Rica (la misma que pensábamos tomar). Hasta aquí, todo normal y esperable, hasta diríamos saludable para el desarrollo de la región. Todos sabemos que no hay Latinoamérica viable ni auténtica sin este tipo de habituales escaramuzas.

Pero, claro, nuestro entrenamiento en “crisis management” no contemplaba que por estas latitudes los conflictos de este tipo suelen encararse de una manera un poco más violenta que lo habitual en tierras australes. Así, con nuestras “orejeras” sureñas y alentados por los comentarios optimistas de los isleños, decidimos esperar un día más con la esperanza de una pronta resolución. Sin embargo, el alba del día siguiente nos despertó con la noticia de que no sólo la carretera a la frontera con Costa Rica estaba cortada, sino que ahora también estaban bloqueados el camino de regreso a la costa pacífica y al otro cruce fronterizo.

PA06_00391 Ya sin escapatoria posible de la isla, comenzamos a especular con una efectiva intervención presidencial. Nuestros augurios se vieron desahuciados por las batallas campales que estaban tomando forma en tierra firme, a escasos kilómetros de nuestro reducto isleño. Por un lado, las balas (no de goma sino de verdad) y por el otro, hordas imbuidas de machetes y palos. El saldo: 5 muertos, 300 heridos y unos 4 policías tomados de rehén, un conflicto a punto de proyectarse nacionalmente y una ciudad y su aeropuerto completamente tomados.

Y ahora, ¿quién podrá ayudarnos? Mejor dicho, ¿cómo salimos de acá? Nos encontrábamos en el centro del huracán, el aire a nuestro alrededor todo enrarecido pero a la vez la calma era pavorosa. La incertidumbre de qué hacer crecía cada vez más mientras los días pasaban inexorablemente. En la isla, la provisión de productos comenzaba a escasear. Esto, sumado a la amenaza latente de que el próximo bastión sería la isla, empujaba a los pocos extranjeros que quedaban a subirse a endebles cayucos, cual balseros cubanos, para cruzar de ilegales a territorio costarricense, unos 60 km de improvisada travesía en mar abierto.

PA07_00451 Con la noticia de que el presidente panameño iría a ver la final de la copa del mundo en vez de atender el problema, nos terminamos de convencer de que lo mejor sería eyectarse de la isla lo más rápido posible. Por suerte, teníamos un pequeñito aeropuerto a mano, así que decidimos ir a por él. Entre aviones que descargaban tropas armadas hasta los dientes, descubrimos que el escape a la felicidad (la ciudad más cercana fuera de la zona de conflicto) nos costaba 60 dólares en una avioneta muy simpática a la que apodamos “la chancha” por motivos que sabrán dilucidar.

Cerramos los ojos, hicimos de tripa corazón y canjeamos los billetitos por un cartón de embarque que sería nuestro pasaporte y escape final. A pesar de todo, especialmente nuestras dudas, la pequeña aeronave (no más de 40 asientos) sí se elevó con esfuerzo por sobre la realidad mundana, remontándonos hacia el cielo y dándonos la tranquilidad que estábamos anhelando. En sólo media hora habíamos pasado del Atlántico al Pacífico, y de allí, ¡directo a Costa Rica!

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martes, 21 de septiembre de 2010

Boquete: Para proteger y servir

forma Muy poca gente tiene la oportunidad de subirse a un patrullero, menos aún hace esto en un país que no es el propio, y muchísima menos lo hace para conocer una ciudad. Acá va la historia de uno de los hechos más tragicómicos que el camino nos tenía reservado. ¡Qué la disfruten!

Cuando un habitante del sur del paralelo 30 piensa en Panamá instantáneamente le acuden a la imaginación hermosos posters de playas desiertas y arenas blancas como la harina que usaba la abuela para hacer la pizza. Lo que no le cuentan a uno es que aquí hay unas montañas bellísimas, cubiertas de bosque nublado y con pueblitos repletos de gringos retirados en donde tomar una rica taza de café recién molido.

Allí estábamos, un poco abatidos por la estrepitosa goleada alemana y sin saber bien qué hacer con la banderita de plástico (no queremos sugerencias eh!), cuando decidimos capear las lluvias diarias y salir a internarnos al bosque nuboso en búsqueda del elusivo pero esplendoroso quetzal. Era nuestro último día en Boquete y queríamos disfrutarlo a pleno.

Saliendo del “hostal” en el que nos estábamos alojando, casi al mediodía, alguien que era la primera vez que veíamos nos intercepta y nos dice:

- Ah, eh, uh, oh, me olvidé de avisarles pero los cuartos estaban todos reservados y se tienen que ir ya.

- Jajaja. Sí, claro, claro. ¿Y yo qué culpa tengo de que no me hayan avisado con tiempo? Estoy saliendo para la montaña y no tengo porqué ponerme a buscar otro lugar sólo porque te confundiste y no nos avisaste antes.

- Mhmhmhmhsibisisismhmhmh… La otra chica debería haberles avisado. Ella se confundió.

- A mí no me importa quién se equivocó. Es poco serio. No me podés venir ahora con este problema. Es su problema, no mío.

- Mhmhmhmhsibisisismhmhmh… Bueno, sí, pero se tienen que ir. Si quieren, pueden ver si acá a la vuelta tienen lugar que son amigos nuestros.

- Ni locos. En todo caso, averiguá vos pero… ¿no hay alguna manera de que nos quedemos esta noche y nos vamos mañana?

- Mbmbmmshghghsisisisis… Ah, sí, puede ser, el grupo llega mañana en realidad, hoy está vacío así que no hay problema.

- ¿Seguro? Entonces, ¿todo bien?

- Mmbmbmbhhshh… Sí, claro, sí.

PA05_00341 Atónitos estábamos. Era la primera vez que nos pedían que nos fuéramos de un lugar, aun habiendo sido respetuosos huéspedes, habiendo pagado nuestra cuenta religiosamente y habiendo sido prácticamente los únicos en el hostal en el lapso de una semana. La cuestión es que nos fuimos a caminar por las montañas en busca del quetzalito y también de la felicidad sin mayor preocupación que la de no errar la huella y ser comidos por un jaguar. Sin embargo, teníamos una extraña sensación que no nos podíamos quitar de encima.

Lo cómico es que al regresar encontramos el hostal completamente tomado por un grupo de americanos gordos, blancos y evangelistas que estaban todos recortando figuritas de papel de Jesús y María. Nos dirigimos inmediatamente a nuestra habitación y allí estaba Santa Claus sentado en la que hasta unas horas antes fuera nuestra cama. ¿Nuestras cosas? Brillaban por su ausencia. Ya temíamos que hubieran hecho un pesebre con nuestros cepillos y pasta de dientes, cuando la empleada salió a dar balbuceantes explicaciones ante los gritos desesperados de Mariela: “Holy fucking shit! Where the hell is my stuff?” (pregúntenle a ella porqué se enojó en inglés, todavía no lo entiendo).

Sin avisarnos nada, habían tomado todas nuestras pertenencias, que aguardaban sobre la cama para ser prolijamente guardadas en la mochila a nuestro regreso, y las habían “trasladado” a otro de los cuartos, violando su propio reglamento y obvio, sin nuestra autorización. Por si fuera poco, encontramos una “notita” en la que los dueños le pedían a la muchacha que nos “explicara” muy cortésmente la situación y que nos estaban pasando a una habitación privada al mismo precio que el dormitorio para que no nos enojáramos mucho…

El entredicho fue escalando de a poquito hasta que decidimos buscar en dónde dejar asentada una queja del lugar y, por arte de magia, terminamos en la comisaría del pueblo en donde el oficial de turno resultó ser el “novio” de la empleada del hostal. Con mucha predisposición nos estuvo entreteniendo un buen rato y al final decidió mandar una patrulla al hostal para verificar si faltaba algo, hacer entrar en razones al dueño y que nos diera una disculpa aunque más no fuera.

Policía_pickupDe aquí en más, los acontecimientos se volvieron cada vez más extravagantes. El dueño (vía telefónica, porque nunca dio la cara) montó en cólera al escuchar a la policía pedirle que se disculpara con nosotros por el atropello y decidió sin más ponernos de patitas en la calle un sábado por la noche. Sin saber qué hacer, visiblemente afectados por la ira desmedida del señor y para zanjar la situación, la policía nos ofreció llevarnos en su camioneta a recorrer la ciudad buscando algún hotel, hostal o similar que tuviera una cama libre. ¡No les puedo explicar lo extraño qué fue ver al oficial bajar de la camioneta en cada hostal y preguntar si tenían lugar!

Recorrimos como 5 o 6 lugares sin suerte. En algún punto del periplo uno de los oficiales llegó a ofrecernos su casita de la montaña para que pasáramos la noche. Huelga decir que tuvimos tiempo para entrar en confianza con la oficialidad y entablamos una charla amigable. Finalmente, y con algo más que suerte (léase un uniforme y una placa), conseguimos un lugar bonito en el que pasamos la noche en compañía de los amables dueños y su perro. Ah, y como si fuera poco, al bajar de la camioneta, me metí con mochila y todo en una zanja hasta la cintura…

Así concluyó nuestra estadía en Boquete y uno de los eventos más extraños de toda nuestra aventura mochilera.

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Canal de Panamá: uniendo al mundo y partiendo un país

PA03_00211 Panamá es un país muy pequeño, pero con una importancia tremenda para el comercio internacional debido a su peculiar ubicación estratégica entre dos océanos. Durante el siglo XX, esta singularidad geográfica marcaría a fuego la historia política y el desarrollo económico de este angosto corredor, y la obra de ingeniería más impresionante de todo el siglo que permitiría atravesarlo sería a la vez una maldición y una bendición. Hoy la vamos a conocer.

Históricamente, desde la llegada de Colón a estas tierras allá por 1502, seguida por la llegada de Vasco Nuñez de Balboa en 1513 y su descubrimiento del Pacífico, Panamá siempre fue un lugar muy disputado por su importancia estratégica en términos geográficos.

PA03_00222 Ya entrado el siglo XIX, fue cada vez más evidente la necesidad de que las embarcaciones pudieran atravesar el pequeño istmo. Un sueño descabellado, pero que ahorraría semanas y semanas de navegación a través del peligroso e inclemente Cabo de Hornos, rodeando todo Sudamérica. Panamá (por entonces, una provincia de Colombia) quedó en medio de una vorágine sin igual entre las potencias mundiales. La fiebre californiana del oro no hizo más que terminar de añadir leña al fuego y hacer que el tío Sam posara los ojos en aquella recóndita provincia colombiana para desgracia de muchos. En esa época, miles y miles de buscavidas de la costa este tomaban vapores hasta el lado atlántico del istmo, lo cruzaban a lomo de mula o en tren y luego tomaban otra embarcación desde el Pacífico hasta las costas californianas.

El tío Sam debe haber calculado muy bien que quien tuviera el poder sobre esta ruta marítima sería sin duda una potencia militar y económica en el nuevo orden mundial. Sin embargo, en un principio no fueron ellos, sino los galos, victoriosos luego de materializar el Canal de Suez, quienes ganaron la licitación colombiana. Durante diez años invirtieron millones de dólares y excavaron cantidades enormes de material, intentando hacer un canal a nivel, sin esclusas, pero la malaria, el dengue y la fiebre amarilla terminaron por diezmar una muy buena parte de los trabajadores y eventualmente llevando a la quiebra la empresa en medio de rumores de corrupción.

PA03_00176 Así dadas las cosas, los norteamericanos siempre estuvieron decididos a construir el canal y a hacerlo en Nicaragua, pero un lobista de último momento convenció al capitolio en dejar de lado esa ruta y optar por la fallida de Panamá. ¿La razón? Evitar los volcanes y sismos nicaragüenses. El primer escollo a superar fue el propio gobierno colombiano, quien se rehusaba a ceder el uso de la tierra. ¿La solución? Fogonear una revolución independentista en la provincia olvidada y de paso prestar algunos barcos de guerra para impedir la reconquista. Solo 3 días después de la independencia se firmó el “tratado” que cedía a Estados Unidos la soberanía de por vida sobre el territorio del canal y zonas aledañas a cambio de construir la vía marítima. Algunas malas lenguas dicen que ya estaba firmado de antemano…

Diez años después, con los colombianos hechos a un lado y después de matar a todos los mosquitos de la zona, contratar miles de empleados antillanos, excavar millones de metros cúbicos de roca, inventar de cero elevadores acuáticos y muchísimas otras cosas, se inauguró la más colosal obra de ingeniería de todos los tiempos. Cien años más tarde, es asombroso ver cómo gigantescos barcos se elevan para atravesar la cordillera hasta la presa artificial de Gatún y luego vuelven a bajar del otro lado, incluso dejando menos de 50 centímetros a cada lado.

Hoy ha corrido muchísima agua por el canal (cuack!): Panamá hace largo tiempo que ya no es una provincia colombiana, Estados Unidos después de dejar una huella indeleble en la cultura, catapultar al sanguinario Noriega y posteriormente bombardear la ciudad de Panamá en su nefasta operación “Causa Justa” comandada por Bush (familia nefasta si las hay) para derrocarlo ya no controla más la vía (al menos no directamente) e incluso los propios panameños están encarando una ambiciosa ampliación, a inaugurarse en 2014. Pero hay algo que perdura, y es el beneficio mundial que la ruta genera, haciendo un mundo cada vez más pequeño y cercano, tributo justo al esfuerzo y dedicación de miles y miles de trabajadores que lo construyeron. De paso, Panamá gana unos cuantos pesitos por barco que cruza (USD 200.000 en promedio). ¿Suficiente para mitigar casi 100 años de ocupación y estar literalmente dividido por una franja de territorio extranjero?

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viernes, 3 de septiembre de 2010

Metrópoli centroamericana

PA02_00097 Nuestra lujosa camioneta Prado va ingresando a la “ciudad más cosmopolita” de Centroamérica según nuestra guía y, sin duda, lo primero que salta a la vista es que este es un lugar de contrastes y contradicciones, ideal como plato de entrada a Centroamérica. A sólo una hora después de enfrentarnos con la huella más barrosa, precaria y con el peor trazado que he visto en mucho tiempo, llegar a la ciudad parece como si uno estuviera entrando a una metrópolis estadounidense con sus autopistas, rascacielos, SUVs y locales de Pizza Hut, Domino´s Pizza, KFC, Taco Bell, Burger King, Dunkin Donuts, etc., etc., etc. y no en una capital centroamericana. La cantidad de rascacielos es sencillamente impresionante, opulenta y me animaría a decir que duplica o más el skyline de Buenos Aires, que no es una ciudad pequeña, por cierto.

PA02_00118Sin embargo, la intuición nos dice que este escenario inesperadamente moderno y opulento no puede ser más que una cara de la moneda en Panamá, y estamos en lo cierto. El panorama cambia rápidamente al llegar al casco viejo. Calles angostitas, casas abandonadas, edificios derruidos, fachadas que apenas se sostienen en pie y caripelas x 1000. Inmediatamente uno no puede evitar pensar ¿dónde me estoy metiendo? Esto sí es Latinoamérica auténtica. Pero andadas las primeras cuadras, uno empieza a descubrir que no todo es tan decrépito como parece a primera vista. Hay muchas obras en construcción, y muchos trabajos de restauración en marcha pues, al tratarse de un patrimonio histórico, las fachadas no pueden modificarse y es por eso que aún se ven muchas que se caen a pedazos mientras sus nuevos dueños reúnen los PA02_00102fondos necesarios para empezar la construcción o restauración. Algo que también uno nota después de algunas vueltas es que hay mucha presencia policial, casi a razón de un policía por esquina. Es que aquí está la sede del poder ejecutivo y cada vez vienen más extranjeros, ya sea a invertir en bienes raíces o por turismo. El hecho es que de unos años a esta parte, con excepción del impasse forzado por la crisis internacional de 2007, esta zona se ha ido recuperando lentamente, para dejar de ser el antro en el que se había transformado por décadas de abandono, y en un par de años más convertirse sin dudas en una perlita al mejor estilo Cartagena, con sus hoteles boutique, restaurantes gourmet, bares de moda y demás. Si lo puede costear, todavía está a tiempo de comprarse alguna propiedad (http://www.panamarealtor.com/bienes-raices-panama/propiedades-en-casco-viejo). Apúrese antes de que explote. Un par de meses más y será muy tarde.

A tan solo un par de kilómetros de allí, se encuentra el archifamoso Canal de Panamá y los barrios que lo circundan no podrían contrastar más con el estilo colonial del Casco Antiguo. Esta zona que estuvo por tantos años bajo la influencia directa de Estados Unidos parece un típico suburbio norteamericano, con baja densidad habitacional, casas al estilo Desperate Housewives y lujosos centros comerciales con las mejores marcas internacionales. Tampoco podían faltar los yates de lujo.

Y entre el Casco Viejo y el canal, el nefasto “Chorrillo”, cerca de la “civilización” pero aun así tan lejos de Dios y de todo. Resulta que el Chorrillo circunda al casco viejo y para salir a cualquier parte hay que cruzarlo. Allí tenía su cuartel general Noriega y, durante la invasión del ‘89 (ahondaremos en el próximo post), fue bombardeado alevosamente por las tropas estadounidenses. Claro, desde ese momento, nadie se molestó en reconstruir nada, y hoy el barrio tiene una de las peores reputaciones que uno se pudiera imaginar.

En fin, Panamá es un país de contrastes y contradicciones, ideal para saborear de a poco. Mañana nos toca el Canal de Panamá, una mezcla de historia, ingeniería y ambiciones ideales para hacer una novela de Tom Clancy…

 

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jueves, 2 de septiembre de 2010

Se nos va terminando una aventura, empieza otra

PA01-00087Con los papeles ya hechos y con un poquito de tristeza, partimos bien temprano rumbo a la isla de Cartí, centro de toda la población del distrito y última escala de nuestro recorrido marítimo. De lejos, la isla parece bien bien fea, y contrasta con todo el paraíso que la rodea. A pesar de tener muchas islas, da la impresión de que todo el mundo se empeña en vivir en la misma, igualito que en capital, y entonces hay casas de chapas por todos lados, incluso hasta donde comienza el agua.

Por aquí pululan los kunas en sus canoas hechas directamente de troncos. Es un verdadero placer verlos manejar sus a priori frágiles cayuquitos y la velocidad que toman. Aquí es fácil encontrar un velero asediado por 4 o 5 de ellos en un intento por venderles a los visitantes sus tan preciadas artesanías en tela  (las molas) PA01-00062y el fruto de sus largas horas en el mar: las exclusivísimas langostas, a precios irrisorios. Tampoco faltan los kunas más modernos que se acercan a preguntar si alguien tiene o desea mumuti (término kuna para la marihuana). Así sencillos como se los ve, resulta que estos hombrecitos andan un tanto desesperados pues en los últimos días hay una escasez generalizada de la bendita hierba. De nada les sirven los kilos y kilos de cocaína que encuentran flotando en el mar. No hay marihuana por ningún lado. En las caras se les adivina el pensamiento: si tan solo alguna barcaza de las que transporta drogas ilícitamente por estas aguas decidiera desprenderse de un par de ladrillos de maría en lugar del nefasto polvo blanco.

Los días que pasamos en el mar fueron maravillosos pero mi cuerpo ya pide volver a tierra firme. Finalmente, llega el momento de la despedida. A pesar de ser 10 personas de distintos rincones del planeta en tan pequeño barquito (la mayoría mujeres), siento que nos llevamos bien y que los voy a extrañar. Con las chicas de Alaska Maggie y Charity y la israelí Michal nos vamos en una lancha que pasa a buscarnos por el barco y de ahí enfilamos para el continente. La parejita de españoles y la artesana colombiana se quedan a bordo pues van a regresar a la isla Chichimé para disfrutar de unos días más en el paraíso. PA01-00096Rápidamente dejamos el océano y empezamos a remontar un río angosto en medio de la selva, hasta que finalmente llegamos al “embarcadero”, nada más que un punto en la orilla lodosa sin ningún muelle, escalera ni nada de nada. Sin embargo, aquí los kunas ya están más avivados (¿será la proximidad con la ciudad?) e intentan cobrarle al turista desprevenido una tasa en concepto de “uso de puerto”. Así logran convencer a un buen número de viajeros de que se despojen de un dólar cada uno por haber desembarcado allí. Algunos intentan resistirse pues se dan cuenta del timo pero no logran zafarse. Nosotros, sin saber bien porqué, nos salvamos. ¿Serán que nos habrán visto cara de sudacas? Allí también hay un puestito de venta de bebidas frías (menos mal) donde nos enteramos de los últimos resultados del mundial y esperamos bajo un sol abrasador a que vinieran a buscarnos nuestros “jeeps”.

Por fin llega nuestra camioneta: una impecable Toyota Prado último modelo. ¿Acá serán todos los autos así, che? Subimos, tapizado de cuero, apliques en madera de nogal, aire acondicionado que sale por todos lados y con controles individuales para cada pasajero. ¡Me siento el Sha de Persia! El chofer, Junier, buena onda, me dice: ahora voy a poner algo de Argentina. Y ahí están los Cadillacs. ¡A disfrutar del camino!

camel-trophy-87-frontLa selva es espesa y, como tantas otras veces en este viaje, me siento adentro de un documental. Junier me cuenta que antes vio un jaguar cruzando la ruta. La están pavimentando pero aun sí es bien complicada. Hay partes en que las pendientes son empinadísimas, casi imposibles para un automóvil común. Pero la Toyota no da señales de inmutarse. A pocos kilómetros de partir tenemos que cruzar un río, pues todavía no terminaron el puente. Lo que sería este camino antes de que lo arreglen… ¡Digno del Camel Trophy! 

Dos horas más tarde llegamos al pavimento en Chepo y acá se acaba la diversión. Después de 5 días de navegar, es rara la sensación de estar nuevamente en tierra firme, con caminos pavimentados y “civilización” (léase: supermercados, bares, bancos, etc., etc.). Nuestros cuerpos aún no se acostumbran. Si nos quedamos parados, todavía sentimos como si nos estuviéramos meciendo sobre las olas. En una hora y pico más ya estamos en Ciudad de Panamá. La aventura va terminando. Luego de atravesar el moderno distrito financiero con sus rascacielos dignos de Miami y sus locales de Pizza Hut, nuestro chofer nos deja en el poco agraciado y medio derruido Casco Viejo. La primera impresión no es buena. Me siento como si estuviera en Constitución. Pero ya estamos acá así que ¡a ducharse y salir a recorrer la ciudad!PA02_00106

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