Parte 5: Chuavechito
¿Me creerían si les digo que en Costa Rica hay un río teñido de suavizante para ropa? Se trata del río Celeste que presenta esta coloración de fantasía por los minerales que arrastra. De verdad, cuando uno lo ve, parece que se hubiera volcado un frasco gigante de Vívere.
Uno de nuestros objetivos cuando decidimos venir a Costa Rica, y más precisamente a La Fortuna, era conocer este río de ensueño. Claro que el refrán dice que “él quiere celeste, que le cueste”. Estoy convencida de que ese dicho ha nacido aquí. El tour hasta este lugar tan especial cuesta nada más ni nada menos que la módica suma de USD 90, cada uno!!! Yo no sé si acá las emanaciones del volcán les habrán afectado las neuronas a esta gente o si es solo una avivada pero por muy único y mágico que sea, la excursión no puede valer 90 dólares. Son solo 120km.
Después de averiguar y de pensarlo mucho por el impacto que tendría en nuestro presupuesto, decidimos alquilar un auto. Resultó ser un batatón. Un Nissan Sentra súper baqueteado (joya, nunca taxi), digno de un dominguero para salir a pisar huevos por ahí. Pero no importa, por USD 43 y kilometraje ilimitado no nos podemos quejar. Además, fue el regreso a la conducción de JP, algo que ansiaba desde hacía tiempo y que lo hace muy feliz, aunque no las carreteras secundarias costarricenses que son empinadas, sinuosas y muy pero muy angostas. Para colmo, los puentes, solo tienen un carril. Así y todo, ahí íbamos nosotros, disfrutando del paisaje y la radio local. Preguntando, preguntando, finalmente encontramos el lugar donde debíamos desviarnos. El camino era de piedra (no ripio) y por momentos parecía que íbamos a tener que dejar el auto y seguir a pie. Pero la pericia y la paciencia de JP (con una sonrisa de oreja a oreja) lograron que el batatón nos llevara por donde parecía imposible que pudiera pasar.
Finalmente, llegamos a la entrada de la reserva. pagamos nuestra entrada y empezamos a caminar. Fue como una hora hacia arriba por una senda resbalosa, barrosa y súper angosta. Había que andar con muchísimo cuidado porque si te caías, ibas a parar al vacío. Después del esfuerzo, llegó la recompensa. El río en todo su esplendor y un sol radiante. Para gratificarnos, nos metimos en los piletones de aguas termales. Supuestamente son naturales pero venían chorros de agua caliente y agua fría por lo que la remojada no fue tan grata como hubiéramos querido. Siguiendo río arriba, el agua se torna cada vez más azul hasta llegar a una laguna de azul intenso (la fábrica del Vívere). Invita a zambullirse de una pero unos cuantos carteles, aduciendo efectos dañinos sobre la salud, nos desalientan. Siguiendo todavía más allá supuestamente se llega a los teñideros pero la senda está cerrada así que no nos queda otra que emprender el regreso pero no sin antes hacer una parada en una de las cascada más bellas que vi en toda mi vida. Acá tampoco está permitido bañarse (esta vez bajo pretexto de unas fuertes corrientes). Es una caída de alrededor de 30 metros que forma una pileta turquesa increíble. Acá el valle es tan profundo y angosto que no se oye nada más que el rumor de la cascada.
Nos vamos con la convicción de haber visto uno de los lugares más bellos y únicos de este país. De yapa, el cielo nos regala un atardecer en hermosos tonos pasteles. Hoy todavía no llovió pero seguro que el aguacero no tardará en llegar. Será nuestro último diluvio en suelo costarricense ya que mañana nos vamos a Nicaragua.
Saludos a todos desde el camino,
Marie
Ciudad Quesada, Costa Rica
24 de julio de 2010
PD: Este es uno de los artículos que más nos costó escribir, ¿será que entre la lluvia torrencial diaria y los precios dolarizados y exorbitantes no nos gustó mucho el país?