martes, 24 de agosto de 2010

¡¡Tierra a la vista!!

Muchas veces me imaginé qué habrá sentido la tripulación de las naves de Colón cuando Rodrigo de Triana los despertó a en la madrugada al grito de ¡tierra a la vista! Dicen que tardaron 2 meses y pico en volver a ver algo tan esencial como un poco de tierra firme que no se zarandee con el viento y las olas.

Despunta la clara mañana del 12 de junio y Bruno, nuestro capitán, nos alegra con la noticia al igual que hiciera Triana más de 5 siglos atrás. Después de 40 horas de mar abierto, las indómitas estribaciones del Darién en el oeste nos dan la bienvenida a Centroamérica. ¡Tierra! Sí, ¡tierra! ¡Y un nuevo continente! Me siento un poquito triste porque quiere decir que se acaba la parte más aventurera del viaje pero ándale ¡que vamos a disfrutar de las islas de San Blas!

Afortunadamente la travesía por mar abierto fue muy tranquila. Incluso tuvimos muy poco viento y, salvo unas horas que nos acompañó y fuimos realmente rápido, casi a 7 nudos (14 km/h), el resto fue con ayudita del motor. Nada mal para una primera experiencia en una cascarita de nuez en la mar.

Desayunamos en la bañera del velero y, de a poquito, las montañas del Darién dejan de ser una línea gris y se hacen más grandes y nítidas. A media mañana vemos unos puntos en el horizonte, y hacia ellos vamos. Son los primeros cayos de las islas de San Blas, en donde fondearemos la embarcación. Seguimos acercándonos despacito, y de los puntos empiezan a crecer palmeras, y nos quedamos con la boca abierta, incrédulos ante la belleza que tenemos frente a nuestros ojos.

PA01-00042Antes de poner pie en tierra debemos sortear el último obstáculo en nuestro camino: el arrecife de coral que protege el archipiélago. Nuestro capitán se pone los anteojos polarizados para esquivarlo cuidadosamente y finalmente fondeamos entre 3 islotes de fantasía. Terminada la maniobra y, a pesar de que hay casi 10 metros de profundidad, podemos ver el fondo. A 200 metros del barco tenemos una pequeña isla de no más de 20 metros de radio y toda cubierta de palmeras. Más allá otras dos islitas parecidas, y nuestro barco en el medio de las tres. Nos tiramos al agua tibia y, de a poco, llegamos nadando a la playa virgen de la isla desierta. Nunca había llegado nadando a una isla (menos desierta) y la sensación es increíble. El mar es una pileta y es un placer cómo uno va viendo el fondo bien lejos y de a poquito va subiendo hasta que finalmente se puede hacer pie.

 

PA01bis_00064¡Esto es el paraíso!

Contrario a la creencia popular, el paraíso no está en el cielo sino en la tierra y tiene por nombre San Blas o, en idioma nativo, Kuna Yala. Por si quiere apuntarlas, estas son sus coordenadas: 9° 31' 60 N, 78° 39' 0 O.

¿Acaso nunca soñó con pasar unos días en una isla paradisíaca? Buenas noticias: ahora puede elegir entre más de 300 islas del archipiélago de San Blas. Varían en tamaño, cantidad de población y distancia pero en todas el agua turquesa y tibia, las arenas blancas y las palmeras cocoteras son una constante. Hasta hay muchas islas e islitas completamente desiertas.

La mayoría tienen aguas súper tranquilas pues están protegidas por barreras de coral exteriores que impiden que las corrientes y las olas interrumpan nuestro goce perfecto del paraíso. Puede caminar por la playa juntando caracoles o vadear en las aguas bajas en busca de estrellas de mar. También es un lugar ideal para hacer snorkel y descubrir el maravilloso mundo submarino que existe a tan solo centímetros de la superficie. Asimismo, puede ir nadando de una isla a otra para tratar de decidir cuál es la más bonita (menuda tarea si las hay) o, simplemente, puede descansar en alguna hamaca mientras se refresca bebiendo agua de pipa (agua de coco).

Y si resulta que tiene la mala suerte de que al lado suyo se fondea otro velero y no tiene ganas de hacer sociales, simplemente es cuestión de levantar el ancla y buscar otra isla para Ud. solito.

No conozco las Antillas ni los famosos destinos turísticos del Caribe como Isla Margarita, Punta Cana, Cuba o Bahamas pero, sin lugar a dudas, San Blas no tiene nada que envidiarles. El paisaje es bellísimo y, por suerte, aún conserva su cultura indígena y no está contaminado por los vicios del turismo masivo (no hay McDonalds ni Hiltons).

En eso estamos pellizcándonos para ver si despertamos cuando apoyo mi mano en la arena cerca de la orilla y, de repente, algo me pellizca el dedo para bajarme a la realidad. Para ser exactos, se trata más bien de un pinchazo e inmediatamente empieza a salirme sangre. ¡Uf qué será! El dedo se me pone un poquito negro y empiezo a recordar todos los programas del Discovery Channel que muestran los bichos más venenosos del mundo. ¡Y yo acá, tan lejos de la civilización! Por suerte, la cosa no pasa a mayores y no tenemos que recurrir a ninguna avioneta de última hora o rituales kunas para sanarlo.

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Para culminar el día, vamos hasta el arrecife con el snorkel y el arpón que nos presta Bruno. Nuestra intención es cazar langostas para la cena pero, evidentemente, no somos muy habilidosos con estos aparatos submarinos y volvemos con las manos vacías aunque maravillados por todos los bichos raros que se nos cruzan en el camino. ¡La langosta quedará para la próxima! Por ahora, nos contentamos con el ceviche de albacora (Thunnus Alalunga) que pescó Bruno.

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viernes, 20 de agosto de 2010

La mar estaba serena, serena estaba la mar

PA01-00015 Cuando amanece ya nos encontramos en alta mar. Agua, agua y agua para todos lados que miremos. Aquí en el mar se pierde la noción del tiempo; la inmensidad del mar juega con nuestra percepción del tiempo. Parece como si el día nunca fuera a acabar.

El mar está sereno y el color del agua es un azul bien intenso. No obstante, se puede ver varios metros hacia abajo. Como las condiciones del mar lo permiten (las olas no superan el medio metro y no hay corriente), muchos se ponen la malla y saltan al agua. Nadan alrededor del velero. Antes de que estén demasiado cansados para volver, el capi los hace subir de nuevo.

No recorremos más que unas millas cuando aparece un grupo de delfines en la proa. Todos vamos hacia allí como chicos. Contamos unos cinco. Son curiosos y juguetones y saltan por delante del barco. Son como perros de agua. A bordo estamos todos felices. Para muchos, es la primera vez que vemos delfines fuera de un acuario, en su hábitat natural, en su casa. ¡Es tan hermoso! Pasados unos 10 minutos, desaparecen tan rápido como llegaron.

PA01-00013 El resto de la navegación hasta Coco Bandero (nuestra primera parada en San Blas) es tranquila. Cuando el viento amaina, encendemos el motor para asegurarnos de llegar allí a horario y poder disfrutar del lugar uno o dos días. El mar se porta muy bien y nos regala prácticamente dos días de olas pequeñas y buen clima (ninguna tormenta, por suerte).

Sin embargo, lejos estuve de poder disfrutarlo. Yo, con alma de marinera, que navegué a vela todos los fines de semana durante dos años, que crecí rodeada de barcos y veleros, que disfrutaba cada vez que me subía a una canoa, una lancha, un ferry o cualquier otra cosa que flotara, por primera vez en la vida, me mareé. Y me mareé feo. No es que me diera vueltas el mundo o me molestara la cabeza. Tampoco tenía problemas para mantener el equilibrio. Simplemente, mi estómago empezó a dar señales de que algo no le gustaba y lo manifestó elocuentemente expulsando todo cuanto había en él. Eso me pasa por hacerme la canchera y no haber tomado las pastillitas para evitar el mareo. ¿Cómo me iba a pasar a mí? ¿Justo a mí?

Saludos a todos desde el camino,

Marie
Algún lugar del Golfo de Urubá, Colombia
12 de junio de 2010

jueves, 19 de agosto de 2010

Haciéndose a la mar

PA01-00003 Si bien embarcamos en el Güinfly a las 4 de la tarde, esperamos a que se haga de noche para cenar y que pase la tormenta. Finalmente dejamos Cartagena a eso de las 10pm bajo el atento comando de Bruno, nuestro capitán, y disfrutamos del espectáculo que ofrece la ciudad amurallada de noche. Me acuerdo de Buenos Aires y de cómo se ve desde el río de noche cuando uno va a Uruguay.

Bruno e Ingrid están muy atentos a la sonda de profundidad. Bruno me cuenta que aquí los españoles construyeron muros debajo del agua, de manera de estrechar el pasaje y dificultar el ingreso a todos aquellos inexpertos que quisieran tomar por asalto la ciudadela y así salvaguardar las joyas de la corona.

PA01-00005 Nuestro velero avanza lento pero seguro entre las boyas del canal. De a poco, nos vamos internando en la espesura de la noche. La navegación nocturna resulta intimidante. Frente a nosotros, la oscuridad es total. Atrás quedan las luces de Cartagena, que se va haciendo cada vez más pequeña, hasta que estamos solos con nuestra alma en el medio del mar, grande, inconmensurable. Hay algo de pequeñez, de humildad. Nos sentimos chiquitos, indefensos pero, a la vez, libres y serenos. Dejamos atrás Sudamérica y vamos a Centroamérica y, paradójicamente, vamos para el suroeste. El GPS no engaña.

Saliendo del canal nos encontramos con un par de cargueros. Según me comenta Bruno, están aguardando a que se haga de día para ingresar al puerto. Mientras, se fondean para no moverse, con las luces de maniobra restringida y las luces de navegación prendidas al mismo tiempo. ¡Qué confuso! Este es el verdadero miedo de los navegantes: que un carguero te pase por encima. Por suerte, siempre queda alguien de guardia (Bruno o Ingrid). Me siento seguro.

La noche está calma, sin viento (lo que popularmente se conoce como “calma chicha”). Avanzamos a motor y es el único ruido que se escucha. Por suerte, el mar nos regala una noche serena y todos se van a dormir, tranquilos. Yo, en cambio, estoy tan emocionado como un chico con juguete nuevo y no quiero ir a la cama que, por cierto, es demasiado chiquitita. Aprovecho para hablar largo y tendido con Bruno que me cuenta su historia y contesta cada una de mis inquietudes y curiosidades. Cuánta información junta, pero ¡qué interesante! Bruno es un capitán muy experimentado, solito con su perro cruzó el Atlántico en 10 días en un velero de 25 pies (7,5 metros). Al igual que Juan Sebastián Elcano, él e Ingrid piensan dar la vuelta al mundo pero, como el Pacífico es muy grande y muy caro, tienen que ir bien preparados. Por eso, están haciendo los cruces entre Colombia y Panamá, para juntar plata.

El velero tiene algo mágico, navegar con las fuerzas de la naturaleza, sin escuchar sonido alguno más que el casco abriéndose camino entre las olas. Y además no se necesita de caminos ni de civilización, se puede llegar a cualquier costa remota. ¡Quiero aprender a navegar! Al final, me termino durmiendo en la bañera del velero. A la madrugada se levanta un poco de viento y apagamos el motor. Sólo se escucha el golpear de las olas, el velero que avanza gracioso y la inmensidad de la noche. Por dos días no veremos tierra.

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miércoles, 18 de agosto de 2010

Se busca capitán

Cruzar de Colombia a Panamá puede ser toda una aventura. Al no haber opción terrestre alguna, solo resta decidir si hacerlo en forma aérea o marítima.

La primera opción ofrece la comodidad de estar en el destino en menos de una hora (3hs. como máximo si tenemos en cuenta los tiempos de check-in y retiro de equipaje). Contras: el horario del vuelo (sale y llega de noche), el precio del pasaje, el costo del traslado desde y hacia el aeropuerto, y el hecho de que resulta imposible convencer a las aerolíneas de venderte un solo tramo (ida) pues aparentemente las autoridades panameñas exigen que uno tenga un pasaje de salida del país y, en caso de que le negaran la entrada a Panamá, la aerolínea debería correr con el cargo de llevarte de vuelta al país de origen.

PA01-00001 La segunda opción es un poco más cara que la primera (si las comparamos nominalmente) pero mucho más romántica. Requiere de coraje y tiempo pues implica navegar 5 o 6 días en velero, a saber, 2 días en alta mar y 3 o 4 días recorriendo las Islas de San Blas. Aventureros y románticos como somos, obviamente nos decidimos por esta opción. Así nos abocamos a la tarea de encontrar un barco y un capitán de buena reputación que nos llevara a destino sanos y salvos.

La tarea resultó mucho más complicada de lo que esperábamos. Como se trata de una actividad “informal”, no hay un lugar oficial dónde averiguar ni un sitio web que centralice la información de los barcos, sus capitanes y sus fechas de viajes. Recabar toda la data es arduo. Hay que ir a preguntando con cuidado a los hostels, mirar atentamente las carteleras y después hacer una exhaustiva búsqueda en la Web. Una vez que identificamos los veleros con partidas “programadas” para esa semana, nos sumergimos en la Web a bucear por referencias y experiencias de otros viajeros a fin de determinar si se trataba de un capitán confiable. No querríamos terminar presos porque al capi se le ocurrió llevar un par de kilitos de coca o a la deriva porque al capi le gusta tomar un poco demasiado ron y se termina cayendo por la borda (son ejemplos reales). Una vez que descartamos los que nos parecían poco serios, nos dirigimos al club náutico (ha de ser el club náutico menos glamoroso de todo el mundo) para ver los barcos in situ y conocer personalmente a sus respectivos capitanes.

PA01bis_00023 Así es como dimos con Bruno e Ingrid, una pareja de canarios que están recorriendo el mundo en velero y hace un año que se dedican a cruzar gente entre Colombia y Panamá. El velero de 40 pies, el Güinfly, no es lujoso ni nada parecido. Es bien sencillo y algo más pequeño de lo que hubiéramos querido (especialmente si tenemos en cuenta que en total seríamos 10 personas a bordo). La ventaja es que la superficie de la cubierta es antideslizante y está libres de obstáculos (léase molinetes, cornamusas, etc.) que pudieran hacerlo a uno tropezar y caer al agua. A pesar de su look bohemio (más apropiado para el percusionista de Manu Chao que para un hombre de mar), Bruno nos pareció muy responsable y, después de analizar otras opciones para ver si podíamos zarpar antes, decidimos ir con él (lo que implicaba pasar unos días más de lo previsto en la agobiante Cartagena).

Por fin teníamos capitán y fecha de zarpe: salíamos el 10 de junio aunque nos perdiéramos el primer partido de la selección. Mientras aguardábamos la partida, nos preguntamos: ¿Cómo será estar rodeados de agua y no ver tierra por dos días? ¿Se moverá mucho el velero? ¿Nos marearemos? ¿Qué pasa si nos agarra una tormenta en alta mar?

No importa. ¡Panamá allá vamos! Capitán, ponga rumbo sudoeste por favor!!!

Saludos a todos desde el camino,

Marie
Cartagena, Colombia 
10 de junio de 2010

martes, 17 de agosto de 2010

Lo mejor y lo peor de Colombia

Estadía: 29 días
Km recorridos: 3117
Lugares visitados: Ipiales, Las Lajas, Pasto, Laguna de La Cocha, Popayán, Tierradentro, Salento, Medellín, Bogotá, Taganga, PN Tayrona, Cartagena, Playa Blanca.

Comida típica: Bandeja paisa, empanadas y tamales de pipián (Popayán), buñuelos, pastel hawaiano y empanadas de añejo (Pasto), súper patacón con trucha gratinada (Salento), ajiaco (Bogotá). Pueden encontrar algunas descripciones y fotos de los platos en: http://pwp.etb.net.co/fdrojas/gastronomia/tipicas.htm
Bebida típica: Tinto (café), aguardiente y ron.
Música típica: Tango (Salento), salsa (Cali), cumbia (costa caribeña) y vallenato (Valledupar), entre muchos otros: http://pwp.supercabletv.net.co/garcru/colombia/Colombia/folclor.html
Canciones de moda: Me gusta de Silvestre Dangond (http://www.youtube.com/watch?v=HWQDaiF9AIs&feature=related) y Te Perdoné de Jorge Celedón (http://www.youtube.com/watch?v=OhgyM6V7Qz4).
Juego de moda: Pompas de jabón (Salento) y juguetes rodantes.
El mejor restaurant: el del Museo del Oro en Bogotá.
El jugo más rico: Limonada frozen en el Museo del Oro (Bogotá).
El chocolate más rico: Chocolate Santander al 65%.
El paisaje más lindo: Las playas del PN Tayrona, especialmente las del cabo San Juan del Guía.
El lugar más increíble: Catedral de Sal en Zipaquirá.
La iglesia más linda: Santuario de Las Lajas.
Un museo: Museo del Oro en Bogotá.
La mejor expresión artística: Las esculturas de Botero.
El viaje más bizarro: Viajar en moto taxi (abrazadito al conductor para no caerse).
El peor viaje en bus: De Pasto a Popayán (como 7 horas, parando a cada rato).
El mejor viaje en bus: De Ipiales a Pasto.
Una experiencia: Recorrer los túneles del Castillo San Felipe de Barajas en Cartagena (en realidad es un fuerte).
Una de Indiana Jones: Bajar a los hipogeos de Tierradentro.
De terror: La cantidad de mutilados y desplazados que se ve en las calles.
Un momento de paz: Atardecer en el PN Tayrona.
Un momento de terror: Viaje en taxi a la noche desde la terminal de buses al barrio Getsemaní, en Cartagena, con la ciudad toda inundada, pasando por callecitas oscuras donde había personajes con unas caripelas que daban miedo.
Un atardecer: Sentados en la muralla de Cartagena (en realidad, es un baluarte, no una muralla).
Un paisaje: El cañón en el camino de Ipiales a Pasto.
Una linda velada: Cenar fondue de chocolate en casa de Andrea, Diego y Tomás de CouchSurfing.
Una locura: Que te cacheen para entrar a la plaza de Bolívar en Bogotá.
Un flash: La escultura gigante en honor del Pibe Valderrama en Santa Marta.
Una aventura: Viajar en Chiva de Tierradentro a Inza.
Una sorpresa I: Escuchar un tema de Gilda en un bus en la tierra de la cumbia.
Una sorpresa II: Escuchar tango antiguo en un bus camino de Salento.
Una sorpresa III: El metro de Medellín.
Una sorpresa IV: Encontrar un paisaje parecido a Bariloche a los 0° 50' de latitud norte en La Cocha.
Una sorpresa V: Los rascacielos de Bocagrande y El Laguito en Cartagena.
Una odisea: Viajar de Cartagena a Playa Blanca por tierra, incluyendo colectivo, ferry y moto taxi.
Una desilusión: Club Náutico de Cartagena.
Lo más extravagante: Las comisarías/trincheras.
Lo más bizarro: La venta de minutos de llamadas por celular (un señor tiene varios celulares de distintas compañías y te cobra por los minutos que hables a razón de 100 o 200 pesos colombianos el minuto). http://adecintel.blogia.com/2009/040502-dadep-venta-de-minutos-celular-en-el-espacio-publico.php
La mejor atención: Hostal Palm Tree, Medellín.

Saludos a todos desde el camino,

Marie
Cartagena, Colombia
10 de junio de 2010